El horno español no está para bollos. Hundida la macroeconomía y la economía doméstica, lo que nos faltaba era ayudar a hundir la del pequeño comercio. Yo no sé quién tiene la razón en el contencioso de los zamoranos bares de Los Herreros, pero hay veces en que la razón es inútil cuando provoca que unas familias pierdan su honrada forma de vida.

Si no se les da una salida a los establecimientos, el daño será enorme para todos. Desde luego, para la depauperada economía zamorana pero, sobre todo, para nuestros hijos.

Días pasados escuchaba al presidente de la Asociación de Hostelería Azehos, Óscar Somoza. Decía, yo creo que con buen criterio, que si el horario de Los Herreros no se deja tal y como estaba, es decir, cerrando un par de horas más tarde los fines de semana, lo que se va a provocar es que nuestros hijos busquen el ocio fuera de nuestra ciudad.

Y es lo que nos faltaba. Pocos y mal avenidos. Lo que faltaba, que nuestros hijos se tuvieran que ir a Salamanca o Valladolid a divertirse con todo el peligro que ello implica. Yo creo que a ningún padre les gustaría ver cómo el fin de semana, al atardecer, su hijo coge el coche y se va a sesenta o cien kilómetros a pasar la noche.

Y es muy fácil que la juventud se vaya, lo que será luego muy difícil es que vuelva. Porque cuando se conocen nuevos ambientes y se acostumbran a ellos, los pájaros no regresan al nido natural y se quedan pululando por otras latitudes.

A mí no me importa tanto que los proveedores pierdan el ochenta por ciento de sus ingresos, que me importa. Es la ley de la oferta y la demanda. Pero lo que no podemos es dejar sin satisfacer la demanda de nuestros hijos quitándoles la oferta que, indefectiblemente, si no es aquí, van a tener fuera de aquí. Esto es cuestión de modas. Hoy son Los Herreros y a lo mejor, mañana, los jóvenes, sin que nadie les diga nada, se van a otro lugar. Pero tienen que ser ellos los que busquen su lugar, y no dárselo nosotros por imperativo legal.

Los desesperados comerciantes van a hacer una acampada. Y harán bien. Son muchas familias las que se quedan en estado precario. Pero creo que quienes tendrían que acampar con ellos son los jóvenes a los que les quitan el lugar de recreo.

Hablan de cien familias afectadas con el adelanto del cierre y de muchos cientos de jóvenes. Es como para hacérselo mirar.

Yo creo que el diálogo debe ser fructífero. Cuando la administración puede poner bálsamo a la penuria de los comerciantes, debe hacerlo. Hay mil fórmulas. Si son tozudos y quieren salirse con la suya, den un plazo para que se cumpla la normativa de cerrar a las 2.30 los fines de semana. Hagan que comience a entrar en vigor, por ejemplo, dentro de cincuenta años, cuando todos hayan tenido tiempo de reconvertirse sin quedarse tirados como colillas.

La Ley siempre ha estado para saltársela. Y, de hecho, a diario se salta. La Ley no siempre es justa y debe estar hecha, sobre todo, para beneficiar a las personas y no para perjudicarlas. La Ley no puede ser siempre fuerte con el débil y débil con el fuerte.

La muerte de Los Herreros sería la muerte de una de las zonas emblemáticas de la ciudad. Los Herreros son el otro templo casi románico de Zamora. Y aunque los templos se cierren por falta de dinero, Los Herreros quieren estar abiertos para mantener el empleo. Y un empleo, hoy por hoy, es el bien supremo en todas las sociedades que se precien. Los Herreros no son un lujo, son una necesidad.

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