Se ha cifrado en un millón el número de devotos que el pasado viernes visitaron la madrileña basílica de Jesús de Medinaceli, muchos de ellos habían esperado días y noches, en las largas colas se dijeron 33 misas y las comuniones fueron más de 200.000, datos fácilmente comprobables y que sin duda exigían honores de portada en los medios periodísticos. Es seguro que ninguna de las manifestaciones-algaradas de los últimos días contó con una asistencia tan numerosa, espontánea y pacífica, ni sumando todas las celebradas en las calles de Madrid, a lo largo de enero y febrero, se llegaría a una cifra aproximada. Pese a quien pese -a no pocos indignará- este año el tradicional «besapiés» de Medinaceli ha constituido no solo una eclosión de fe y esperanza sino también un singular fenómeno sociológico. Debería bastar para que ciertos sedicentes laicistas se convencieran de la inutilidad que supondría reducir la religión a los templos, porque los desbordaría; por su parte, la clerigaya progre tendría que avergonzarse del fracaso de sus esfuerzos por desarraigar la piedad popular. La sencilla y sincera del carbonero suele ser más firme que la del teólogo pedantuelo. Al creyente bueno y fiel siempre le quedará la esperanza, para los madrileños viva en la mirada generosa de Jesús de Medinaceli.

Ciertamente «horribilis» en el devenir del país, este primer viernes de marzo, más desempleados y consecuentemente más familias a las puertas de los comedores de Cáritas, aviso realista de nuevos sacrificios y recrudecimiento de la pelea sin fin entre partidos que parecen impasibles e irresponsables ante la dramática situación. Es el momento del «todos a una», que ya llegará el tiempo de jugar al «todos contra todos» con daños menores del personal. Para muchos madrileños, al menos para el millón de fieles que se postraron ante la imagen del Cristo de Medinaceli, el mismo viernes cedió la desesperación a la esperanza. Una tradición madrileña señala el primer viernes de Cuaresma como el preferido del pueblo para postrarse a los pies de Jesús de Medinaceli y pedirle tres gracias en la seguridad de que concederá al menos una. Por declaraciones de algunos de los devotos, se ha sabido que este año se ha solicitado preferentemente salud y trabajo. Lógico, perdida la confianza en las oficinas de trabajo, queda el recurso al Cielo, más verde que los brotes de la exministra de Economía es la esperanza de los fieles en el auxilio de la milagrera imagen de Jesús de Medinaceli, también llamado Jesús del Rescate. En efecto, la talla fue rescatada dos veces, la primera del poder del sultán de Marruecos que la había secuestrado al ocupar la plaza fuerte española de San Miguel de Ultramar. Después de una larga peripecia en diversos templos, fue traída a Madrid y finalmente instalada en la basílica de su nombre. Vísperas del alzamiento militar, los capuchinos la ocultaron en los sótanos donde fue descubierta en febrero de 1937 por unos milicianos. Se salvó de la quema gracias a la intervención de la diputada socialista Margarita Nelken, dama de reconocida finura intelectual. En parecidas circunstancias fueron salvados de la chusma los cuerpos de san Isidro y santa María de la Cabeza: Casares Quiroga avisó del peligro a su paisano el obispo Eijo y Garay. Este, antes de salir de Madrid, emparedó con riguroso secreto los santos cuerpos que, terminada la guerra civil, fueron descubiertos con gran solemnidad.

La basílica de Jesús de Medinaceli ha vuelto a la tranquilidad y el silencio de todos los días, hasta que salga del templo la imagen en procesión semanasantera por las calles madrileñas. Durante mis años en la secretaría del Instituto de Estudios Madrileños, a la sazón en edificio cercano a la basílica, la visité con frecuencia. No eran muchos los devotos que asistían a las misas, pero aparentaban ser tenaces en su devoción; muchas veces me daba cuenta de vivir en viernes viendo la cola de fieles ante las puertas del templo. Pero los devotos se concentran ante el Cristo de Medinaceli en el primer viernes de Cuaresma. Solamente la fe en la esperanza los convoca, que aquí no se regalan bocadillos ni viajes gratuitos en autobús. Eso es cosa de otras cofradías.