El pasado marca el futuro, axioma que tiene en nuestra ciudad uno de los ejemplos más claros dentro de los muchos que en nuestra patria podemos citar. Ciudad con un rico patrimonio acumulado al cabo de siglos de historia y maltratado sin piedad por sus mismos hijos, y lo más triste que esos hijos han sido sus más crueles maltratadores. Baste recordar como simple detalle la referencia del señor Piñuela Ximénez, que nos dejó esa extraordinaria relación de cuarenta y cuatro iglesias y veintidós ermitas, de todas es fácil contar las que hemos dejado en pie. Modernamente, y como un gesto de excepcional dedicación, se ha llegado a la cuidadosa restauración de ese grupo de monumentos típicos de una época y de un estilo y cuando se van rematando esas obras, por uno de esos incomprensibles apaños de la burguesía del gigante administrativo, por un desajuste que no se entiende, durante algunos meses estarán cerradas a ese público deseoso de conocer y de disfrutar de un pedazo de patria y de adentrarse con firmeza en los marcos y escenarios en los que se desarrollaron episodios todavía discutidos y discutibles, podrán hacerlo y pasarán de largo a pesar de la Fitur y de cuantas opciones quieran presentar. Que las iglesias restauradas estén cerradas un solo día de la semana, cuando es la única llamada con acento, es una situación en la que desde el más disparatado juicio tiene cabida. Para qué restaurar si se van a mantener cerradas. Este ejemplo nos define de la misma manera que lo hace de manera aún más clara la propia Semana Santa, cuya misión, según parece, tiene por objeto llenar las calles durante dos semanas y vaciar las iglesias el resto del año.

Esta situación, incomprensible desde cualquier punto de vista, es aún más incomprensible cuando nos encontramos con unas administraciones mastodónticas, en las que según infinidad de criterios manifestados por todas partes sobra el cincuenta por ciento de esa gigantesca maquinaria, de la que media docena de vehículos bastarían para cubrir todos los gastos de esos veinte responsables con toda su cadena de impuestos incluidos. Tan triste espectáculo, que define y marca con letras, no de oro precisamente, a la ciudad, a sus habitantes y sin ninguna duda a sus regidores, debe tener un final lo antes posible, como debe leerlo la llamada a quienes han de hacerse cargo de los destinos de la más noble y leal de cuantas componen nobles y maltratadas tierras. Hagamos un pequeño esfuerzo por remediar esos desajustes que tanto llaman la atención y tanto daño hacen en las formas y sin duda en el fondo. Así lo deseamos y esperamos.