Está claro que este relato, en el segundo domingo de cuaresma, apunta claramente a la resurrección de Jesús. El relato lo sugiere al presentar a Jesús transfigurado, deslumbrante. Y el mismo Jesús hace referencia expresa a su propia resurrección de entre los muertos. Estamos, por tanto, ante un evangelio de vida que trasciende la muerte y pretende mantener viva la esperanza.

Jesús, que se ha hecho acompañar por Pedro, Santiago y Juan, aparece junto a Elías y Moisés. Estos dos últimos personajes representaban en el judaísmo de la época el profetismo y la ley (Torá), síntesis del Antiguo Testamento, y que según la tradición judía deberían aparecer junto al Mesías, esto se confirma en este pasaje y en la persona de Jesús. La Palabra de Dios avala la vida y la predicación de Jesús, el Hijo de Dios, como confirma la voz que viene del cielo.

Los discípulos quieren quedarse allí: «¡Qué bien se está aquí!», dirá Pedro. Ante la manifestación de Dios el hombre experimenta el bienestar, pero el Señor manifiesta que antes de la gloria están el sufrimiento y la cruz.

La escena culmina de forma extraña: «Se formó una nube que los cubrió y salió de la nube una voz: Éste es mi Hijo amado. Escuchadlo». El movimiento de Jesús nació escuchando su llamada. Su Palabra, recogida más tarde en cuatro pequeños escritos, fue engendrando nuevos seguidores. La Iglesia vive escuchando su Evangelio.

También hoy, lo único decisivo que podemos ofrecer los cristianos a la sociedad moderna es la Buena Noticia proclamada por Jesús, y su proyecto de una vida más sana y digna.

Hemos de hacer que corra limpia, viva y abundante por nuestras comunidades. Que llegue hasta los hogares, que la puedan conocer quienes buscan un sentido nuevo a sus vidas, que la puedan escuchar quienes viven sin esperanza. Hemos de aprender a leer juntos el Evangelio. Familiarizarnos con los relatos evangélicos. Ponernos en contacto directo e inmediato con la Buena Noticia de Jesús.

La transfiguración es el anticipo de algo que a muchos no nos acaba de entrar en la cabeza: la vida de Jesús no es un recuerdo de la historia pasada, sino que sigue presente en la historia nuestra, en la historia de todos los tiempos. Porque Jesús es el Viviente, que trasciende el espacio y el tiempo. Por eso ahora y siempre podemos seguir «escuchando» su palabra.