Todo anda revuelto en el mundo de la comunicación. El impacto de las nuevas tecnologías está obligando a repensar las funciones de cada medio. Jill Abramson, la primera mujer en llegar al cargo de directora del «New York Times», es consciente del desafío, pero ello no implica que tenga la llave mágica de todas las respuestas. Aspira a que nytimes.com continúe liderando el ránking de versiones «on-line» de los periódicos impresos (aunque el picoteador «Huffington Post» esté por delante) y que al mismo tiempo la «dama gris» sea por muchos más años la referencia del periodismo de calidad. En la línea de resaltar los puntos fuertes, Abramson dice apostar por el análisis, género que considera distinto al de la opinión. «Acontecimientos situados en contexto», define, para dar satisfacción a un lector que, a su parecer, ya no pregunta el qué, el quién, el cuándo y el dónde, y en cambio se centra en el cómo y el por qué.

El lema del «Times» es «All the News That's Fit to Print», algo así como «todas las noticias aptas para ser impresas», lo que viene a ser una promesa de exhaustividad y de rigor al mismo tiempo. Hoy en día ningún periódico puede cumplir ninguna promesa de exhaustividad, porque la globalización informativa pone a nuestro alcance, a cada minuto, miles de novedades procedentes de todo el mundo. Seleccionar y contrastar ya son una tarea bastante ardua para las redacciones, pero los lectores más fieles de las cabeceras de referencia quieren algo más: quieren que su periódico los ayude a encontrar algún sentido al caos aparente que constituyen las miríadas de noticias que llegan por todos lados. El análisis sería la respuesta.

Pero no es tan fácil. El «Times» es también el paradigma de un modelo de periodismo que reprueba y prohíbe drásticamente cualquier atisbo no ya de opinión, sino de simple coloración del relato informativo (y en ello se diferencia radicalmente del que se practica por nuestros lares). Hechos, hechos, y nada más que hechos. Un modesto «sin embargo» enlazando dos datos puede ser sospechoso de parcialidad. Debe ser el lector quien decida si cabe un «sin embargo», un «en consecuencia» o un «por otra parte». ¿Es posible seguir tales reglas en la práctica del análisis, o estamos hablando de opinión? Los hechos son los que son, pero ante ellos más de un análisis es posible. Y el lector consciente quiere que le ayuden a entender el mundo, no que le impongan una explicación determinada.

Esto, por una parte. Por la otra, cabe advertir contra la falacia del conocimiento universal. Nos llegan miríadas de noticias, es cierto, pero la inmensa mayoría son insustanciales, tendenciosas, falsas o todo ello al mismo tiempo. Un conspiracionista deduciría que en realidad pretenden ahogarnos bajo un alud de nimiedades. Y en cambio, hay inmensas lagunas informativas, grandes espacios en los que nadie se adentra, y en los que ocurren cosas que explican el presente y condicionan el futuro. Escarbar ahí requiere presupuestos. Son necesarios enviados especiales y reporteros de investigación. No van a ser los gabinetes de prensa, las retransmisiones en directo y las infinitas réplicas de los mismos ítems en todos los blogs y los microblogs del mundo los que darán a los analistas un material verdaderamente sólido para explicar el cómo y el por qué de lo que ocurre. Pero la prensa escrita hace ya tiempo que vive en el síndrome del recorte, y los escarbadores suelen ser los primeros en padecerlo.