Muchas iglesias de los años 70 del siglo XX, sobre todo en barrios populares, tomaban apariencia de fábrica, y en alguna el espacio del pueblo tenía forma circular de asamblea. Eran los tiempos del compromiso de la Iglesia con la clase obrera, pero hay rebrotes tardíos, fuera de contexto. El funeral del admirable luchador sindical se celebra en un templo clásico, repleto de gente veterana. El principal clérigo oficiante, un septuagenario roqueño, introduce con fuerza el asunto: tener esperanza es movilizarse, y el mejor modo de amar al prójimo es ayudar a cambiar las cosas. Cuando toma la palabra el jefe de filas del sindicalista, llega hasta el final, usando como ejemplo al fallecido, y sus razones atruenan. El homenaje al sindicalista muerto ha operado, en la iglesia en la que se le despedía, una resurrección, aunque sea momentánea: los viejos mensajes parecían más frescos que nunca.