Las algaradas estudiantiles que se suceden estos días en España, presuntamente para protestar por la falta de calefacción en los centros y otras faltas relativas a la calidad de la enseñanza, no son otra cosa que el preludio de lo que por lo bajini anunció Mariano Rajoy en una de sus visitas a la Europa común: la cercanía de una huelga general. Algo se mueve en los entresijos corporativos de los líderes sindicales. No hay clarines ni trompetas. No hay heraldos anunciadores de las nuevas malas que se vislumbran. Pero sí existe el firme propósito por parte de Comisiones Obreras y UGT de poner fecha a la madre de todas las huelgas que siempre viene a ser una huelga general.

Luego, resulta que no son tan generales, que participan los que viven al amor de la sigla sindical convocante, los que son profesionales de las mismas a los que se llama para meter ruido y los desencantados y despistados que pasaban por allí. Ah, bueno, y los fácilmente manipulables que siempre suelen ser los mismos, los estudiantes. Todos lo hemos sido en alguna etapa de nuestra vida y con la perspectiva que da el tiempo transcurrido y la madurez, así lo entendemos. Por entender, por supuesto que entiendo el cabreo del personal, que es mi propio cabreo. A servidora también le afectan los recortes, la reforma laboral, las subidas de esto y de aquello y todo lo demás. Pero, sigo diciendo que España no es Grecia y que España no está para huelgas de ningún tipo. Ni para una nueva salida a las calles el 11 de marzo, y por si la decisión es firme, ni para una huelga general el 29 del mismo mes.

Los que están azuzando, también por lo bajini y sin dar la cara, más vale que arrimaran el hombro y dieran muestras de ser hombres y mujeres de Estado, con visión de Estado dejándose en paz de jo?robar al prójimo, en realidad también como a ellos mismos, amén. Porque todos vamos en el mismo barco y si zozobra, nos hundimos todos. Que no crea la autoexcluyente clase política que se va a librar, como tampoco pueden creerlo las centrales sindicales. Vamos de culo y cuesta arriba, con perdón. Como deje de haber trabajadores, a ver qué hacen entonces los sindicatos patrios, los nacionalistas y los estatales. De momento, los primeros se mueven en el ámbito de sus respectivas comunidades autónomas, pero la idea de los segundos es la de concurrir juntos, en amor y compaña, a la gran huelga.

En lugar de agotar la vía del diálogo, el ruido de «sables» y el olor a silicona empiezan a ser una constante. Y, repito, no está España para experimentos huelguísticos. No podemos dar una imagen tan penosa al resto de Europa cuando se está luchando por recuperar el crédito y el prestigio perdidos. No podemos situarnos a la altura de Grecia. Si de verdad el hombre es un animal cívico, que se demuestre. Ni amenazas, ni anuncios catastrofistas. La solución pasa por arrimar el hombro y trabajar a fin de que haya trabajo para todos. Ese debiera ser el fin perseguido por los que gobiernan y sobre todo por los que defienden los derechos de los trabajadores.

La huelga que Mariano Rajoy se temía está cada vez más cerca. La próxima semana, saldremos de dudas. Sería extraordinario para todos que se quedase tan solo en eso, en un anuncio, en una posibilidad, en un amago.