Confieso que he llorado. Sin estridencias. En la soledad de mi despacho que da a la estación de tren de Zamora. Miro el horizonte por encima de ella, y veo humo. Creo que el humo de Sanabria se me ha metido en los huesos. En el corazón. Siento que me ahogo. Que mi vida monótona está rodeada de humo.

Solo el sonido que anuncia un nuevo «twitt» en el ordenador es una llamada de esperanza que disipa esa pesadilla negra, cargada de ceniza y malos augurios. Los jóvenes sanabreses, los jóvenes zamoranos, todos los jóvenes, han convertido las redes sociales en un cuerpo por cuyas venas discurre su dolor a borbotones: con vehemencia, con serenidad, con sensatez, con dolor. Con mucho dolor.

Unos se preguntan. Otros se responden. Todos son solidarios, pero nadie sabe nada. Nadie alcanza a comprender por qué unas personas se han dedicado a quemar nuestra tierra. De lo único que no cabe duda es de que no es una ni dos. Ni sanabreses. Un sanabrés mata por su tierra. Un sanabrés ama tanto su lugar que es para él un templo donde habita, una religión: su Naturaleza sagrada, desbordante y exclusiva.

El sanabrés se deja matar por lo insustancial, por lo efímero, pero por lo fundamental, mata a navaja cabritera. Yo creo que va en los genes. El sanabrés es una raza dura, acostumbrada al dolor y a la miseria, al sacrificio y al esfuerzo, al todo y al nada. Por eso nada le puede asustar. Solo apenar.

El sanabrés ha vivido de su tierra y el fuego siempre ha sido su mayor enemigo. Pero siempre lo ha tenido a raya. No hace tanto que en los montes sanabreses se podía comer en el suelo. No hace tanto que hasta las cimas más abruptas estaban sembradas de centeno o patatas. Sanabria era una patena en la que se podrían servir las hostias más consagradas.

Ahora todo se acabó. Con la emigración Sanabria quedó a merced de los desalmados. Solo necesitamos saber quiénes son y dónde están. Unos les sitúan en casa, otros en los organismos oficiales. En cualquier caso, son pocos. En cualquier caso, podemos con ellos.

Yo les digo, a unos y a otros, allá donde se escondan o estén: Si queréis montes en mano común, si ese es vuestro motivo para matar Sanabria, sois unos asesinos. Si sois ganaderos y porque la pradera sea más tierna para vuestros animales, matáis Sanabria, sois unos asesinos. Si sois sencillamente unos locos, sois unos locos asesinos. Terroristas de la peor calaña.

Y le digo a las administraciones: si no comprendéis que Sanabria es de todos, pero sobre todo de los sanabreses, primeros interesados en mimarla, estáis equivocados. Si no habláis con ellos, si no permitís que expresen sus opiniones, estáis equivocados. Si no entendéis que nadie como ellos saben regir sus montes y sus ríos, estáis equivocados.

Solo se conseguirá una Sanabria grande con mano de seda. La soberbia y la maza de la multa solo engendrará odio y afán de resistencia y revancha. La mayoría las hará dentro de la legalidad y la dignidad. La minoría, cuatro locos, pueden convertir nuestra tierra en una Roma llena de Nerones hijos de puta.

Creo que los sanabreses hacemos frente común frente al fuego. Ilustres amantes de la tierra lo hacen. Ricos y pobres. Estudiantes y catedráticos. Cojan la subdelegada del Gobierno, el delegado de la Junta, el presidente Maíllo, el toro por los cuernos. Vayan a Sanabria. Convoquen al pueblo y escuchen.

Los asesinos ya han hablado. Oigamos al pueblo que llora para que cada lágrima suya se convierta en un vigilante que ahogue la sed de fuego de los sanguinarios.

delfin_rod@hotmail.com