Paso por delante de una terraza que ha dejado atrás el invierno. Dos mesas, dos cafés con leche. Un joven tiene delante su portátil y al lado otro se está leyendo el periódico. No sé por qué, pero el primero no me da ninguna envidia mientras que el segundo sí. Mi mente identifica la pantalla con el trabajo y el papel con el paréntesis relajante, pese a que las cosas hace un lustro que no parecen tan claras. Tal vez ambos chicos estén haciendo lo mismo, enterarse de una noticia por las ediciones impresa y online del mismo diario. O tal vez el primero disfruta navegando por las redes sociales en su día libre, mientras que el segundo se desespera escrutando anuncios de ofertas laborales, o se indigna con el estado del mundo antes de volver al tajo. Los soportes tecnológicos de la cultura y la información se han impuesto a toda velocidad en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, no soy la única que de forma inconsciente relaciona lo digital con lo laboral, y el papel con el ocio. Hay encuestas que señalan que la mitad de los consumidores compran periódicos y revistas cuando quieren disfrutar de tiempo para ellos mismos, cuando realizan viajes largos y desean evadirse de sus actividades profesionales. Tal vez se debe a que cuando has acabado de leer una publicación impresa ya está, asunto zanjado, la puedes arrojar a un lado, mientras que la pantalla ofrece tarea ilimitada. No tiene punto final. No deja desconectar. Además, estas leyendo y entra un mail, o un mensaje y tus dedos se van solos y arrastran a los ojos. Un diario plegado bajo el brazo no exige atención constante, ni emite ruiditos que te recuerden la reunión de mañana.

Los cambios en los hábitos de consumo de información van tan deprisa que el soporte físico ha sido sentenciado y absuelto, ha muerto y resucitado convertido en un elemento de prestigio y estatus. Está de moda. En las últimas pasarelas de Londres y Milán, las siempre sofisticadas puestas en escena de Jil Sander y Nicole Farhi presentaban a sus modelos masculinos con un periódico en la mano. Hombres urbanos, cultos y refinados, este «complemento intelectual» proyecta tanto estilo como la ropa que visten. Para remarcar que no se trataba de un accidente sino de algo intencionado, la primera marca diseñó un exquisito «portadiarios» de cuero que evita mancharse las manos de tinta. Otros grandes sellos han incorporado a sus colecciones bolsos para ellos y ellas que permiten llevar publicaciones dobladas y enrolladas. Un diario plegado bajo el brazo habla de tus gustos, aficiones, nivel cultural, ideología. Un diario en la mano tiene sex appeal. Un dispositivo electrónico puede ser el tuyo o el de tu vecino, no te distingue de la multitud como hace unos años y no te hace interesante.

El bombardeo informativo se percibe con mayor claridad desde el soporte digital. La vuelta al papel se está concretando en la aparición de productos editoriales muy cuidados y de largo recorrido. Pararse en el papel como remanso y actividad placentera y formadora frente a la ansiedad del discurso digital, que nunca termina, conecta con los movimientos cada vez más extendidos de slow food (alimentos naturales frente a la comida rápida), slow life (vida simplificada, transporte no contaminante, calma, tiempo personal) y otras desaceleraciones. Una vuelta al disfrute diario y momentáneo desde la seguridad de que mañana no habremos perdido el punto de lectura. Un diario plegado bajo el brazo no pesa, te deja mirar al horizonte y disfrutar del sol.