Cuando la vida es de película se vuelve muy cinematográfica. El cine es movimiento pero eso está en su técnica. El dinamismo es lo que está en su narrativa y por eso en las escenas de diálogo rara vez se ve solo a dos personas sentadas hablando.

Entra el detective en el garaje y sale de debajo de un coche un mecánico cubierto de grasa que responde al interrogatorio sin dejar de manejar sus herramientas, hasta que al final se limpia las manos con un trapo sucio. Es una convención argumental que aceptamos en nombre del dinamismo, para entretener al ojo, frívolo, mientras el oído, riguroso, atiende. En la realidad es muy difícil trabajar y responder a preguntas comprometedoras sin equivocarse en uno o en otro.

A la gente normal 300.000 euros es una cifra que le hace sentarse. Da igual que te anuncien que te los dan o que te los quitan. Oyes esa cantidad en relación a ti y tomas asiento o te dejas caer sobre la silla. Eso antes de empezar a hablar, con cautela, por miedo a que se evapore o a que se materialice, es lo mismo.

Hay gente más familiarizada con esas sumas y otras muy superiores. La comida de negocios -ese ritual tan de hombres que no cocinan pero quieren comer bien y que no diferencian el trabajo del ocio- se desarrolla con los participantes sentados y, en ella, las ideas se mastican, las expectativas se saborean...

La imagen del que fue presidente de Baleares, Jaume Matas, y del que es yerno del rey, Iñaki Urdangarín, jugando al pádel en el palacio de Marivent y cerrando un trato de 300.000 euros por montar la oficina del proyecto del equipo ciclista Illes Balears, que uno cobra por no hacer nada y otro paga con dinero que no es suyo, es propia de dos personas que llevan una vida de cine. Imagen, movimiento, dinamismo y cosas que no son: dinero que, porque no hay esfuerzo al darlo ni esfuerzo para recibirlo, es como el te que no se bebe, el whisky que no lo es o la sangre que no sale de las venas.