El filósofo alemán Hegel dejó escrito una vez que la lectura del periódico era el equivalente a la oración de la mañana en el mundo moderno: uno de esos ritos que da sentido a nuestro día a día y del que no somos capaces de desprendernos si es que lo hemos adquirido de jóvenes. No sé si se ha preguntado, desocupado lector, por qué está leyendo el periódico en este momento, o por qué lo hace de vez en cuando. Quizá sea por estar informado, pero eso podría hacerlo a través de otros medios, de manera incluso más económica; o tal vez por conocer la opinión de alguno de sus columnistas. O quizá nunca se haya planteado esta pregunta. Si es así, déjeme que le haga una confidencia: mi impresión es que leemos el periódico porque la prensa escrita nos ordena la realidad, nos señala lo que es importante y no muestra las cosas que tenemos que conocer, aunque no hayamos preguntado por ellas. Fíjese en este medio, por ejemplo, si existe algo parecido a la provincia de Zamora, más allá de lo que diga el Decreto que Javier de Burgos firmó en diciembre de 1833, es porque desde aquella época ha habido periódicos que han hecho de la provincia de Zamora su ámbito de actuación; medios que han ordenado y dado un sentido a este territorio que todos llamamos Zamora. Primero a través, entre otros, de «El Heraldo» y de «El Correo», y desde hace más de veinte años de «La Opinión-El Correo de Zamora», la prensa es el medio que nos prioriza el caótico magma de información que se produce cada día y que nos señala las cosas que ocurren en la provincia. La prensa es, en suma, el medio que da forma en la cabeza de los lectores a un espacio común e imaginado en el que nos sentimos reconocidos y con el que nos sentimos solidarios, en tanto que nos imaginamos cerca de todas las personas que habitan o se sienten vinculados a este espacio.

Pero las cosas están cambiando. El modelo de prensa concebida como un ejercicio diario que se alimenta de la publicidad y del pago del lector por ejemplar, está en crisis. Y lo está porque el periodismo clásico, ese periodismo basado en el papel y con el que todos crecimos, hace mucho que dejó de ser rentable, si es que alguna vez lo fue. El problema no es sólo el soporte, desde luego; uno puede leer el mismo periódico en papel o en un Ipad y el resultado no cambia: no, lo relevante es lo que hay detrás de la crisis del periodismo como concepto. Es decir, lo que está en crisis no es el soporte sino la idea. ¿Seguirá habiendo medios de comunicación que ordenen la realidad y que nos ayuden a darle un sentido a lo que ocurre en el día a día?

Las perspectivas no son muy optimistas: los españoles leemos poca prensa y, en cuanto nos despistamos, en seguida intentamos hacerlo por la cara, que un euro al día es un dineral según para lo que sea. A los hechos me remito: en la encuesta de uso de tiempo que el Instituto Nacional de Estadística realizó hace unos años, únicamente el 14% de los varones españoles reconocía dedicar una parte de su rutina diaria a leer la prensa, cifra que en el caso de las españolas descendía a un miserable 7%.

Quizá a estas alturas del artículo usted se pregunte, ¿y tan importante es que alguien nos ordene la realidad? Mi respuesta es que es algo básico. Esencial. Sin eso, no soy capaz de concebir la democracia. Nuestro sistema se basa en los contrapesos, en la existencia de ciudadanos críticos que articulan sociedades civiles potentes que sean capaces de disponer de espacios desde los que vigilar y criticar al poder. El nuestro es un sistema basado, la naturaleza humana es la que es, en la desconfianza ante el ejercicio de poder. Por eso, el sueño de cualquier político es un mundo sin prensa o un mundo con un único diario, un mundo sin mediadores en el que poder dirigirse a los ciudadanos sin intermediarios. De ahí que crea que no seamos conscientes de lo que habremos perdido el día que no haya periódicos. El día que la información sea una caótica mezcla de vídeos en youtube, tuits a toneladas y notas de prensa esparcidas por doquier en la red. El día que sólo nos informe Google o el ministerio de la Verdad; el día, en fin, en que no tengamos un mediador que no sólo sea capaz de construirnos una narrativa de lo que está pasando sino que nos ofrezca respuestas a preguntas que no nos habíamos planteado. Nuestro mundo, como dijo una vez el periodista Tom Rosenstiel quedará a oscuras, y habrá partes de la vida que no sólo no conozcamos sino, lo que es peor, que ni siquiera sepamos que no sabemos.

Toda esta reflexión, lector, viene a cuento de una conversación en forma de libro que acabo de devorar y que necesito compartir con usted. Así que me va a permitir que se la recomiende. Leer, es hermoso recordarlo, es escuchar con los ojos a los que nunca hemos conocido, como escribió una vez Francisco de Quevedo. Leer nos hace más libres, porque nos permite relacionarnos con aquellos que se han hecho las mismas preguntas que nosotros, aunque estén lejos en el tiempo o en el espacio. La conversación lleva por título «El fin de los periódicos» y fue editada en forma de libro hace ya casi tres años por Arcadi Espada y por Ernesto Hernández Busto. Es una auténtica delicia. Hágame caso y no se la pierda. ¿A qué está esperando para apagar la tele e ir a comprarlo?

(*) Miembro de la Junta de Gobierno del Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología