Las mascaradas de invierno de Aliste y Trás-os-Montes representan un legado social, cultural y etnográfico de infinito valor que ha sobrevivido desde la noche de los tiempos hasta nuestros días gracias a la voluntad de las gentes de nuestros pueblos. La historia se escribe utilizando como piedra angular los pequeños aconteceres de quienes viven su presente orgullosos de sus orígenes, mirando al futuro, sí, pero sin olvidar su pasado.

Las mascaradas alistanas y trasmontanas tienen entre sus valores una ancestral y peculiar indumentaria que, junto a danzas, carreras y peleas son, a primera vista, lo que más llama la atención, principalmente a los profanos en la materia. Sin embargo, en lo más profundo de sus orígenes, brilla con luz propia el sentido y el sentimiento humano y social, la lucha entre el bien y el mal, la comunidad, lo religioso y lo pagano. Nada, desde el primer al último ritual es casualidad, sino el reflejo de alguna situación real (historia) o ficticia (leyenda) sobre un acontecimiento concreto que las hizo nacer, siempre como motivo de agradecimiento, ya sea a san Esteban Protomártir o al Niño Jesús, aunque las representaciones se sustenten también en la picaresca y la ironía que, muchas veces, es la mejor manera de llegar a cultivar la tradición y a cautivar el corazón de quienes se muestran agradecidos, de quienes reciben los buenos deseos, incluso de los diablos, y de cuantos no comprenden o no quieren comprender. El Tafarrón de Pozuelo se descubre ante san Esteban, lo mismo que hace el Cencerrón de Abejera al pasar por delante de la iglesia; Los Carochos de Riofrío y Los Diablos de Sarracín al llegar a una casa donde falleció alguien rezan una oración por su alma; Los Zamarrones de Villarino al cruzar la frontera hincaban una rodilla en tierra pidiéndole permiso a las pastoras portuguesas de Vale de Frades en busca de su amor.

Está muy bien promocionar las mascaradas. Lo que no es de recibo es que particulares e instituciones las utilicen para presumir en Lisboa o Zamora de un gran legado cultural y luego cuando llega la hora de la verdad, entre la Inmaculada y el Martes de Carnaval nadie se acuerde de ellas y llegue el desbarajuste padre. Muestra de ello fue estos días la desastrosa organización de horarios en «La Raya» levantado una polvareda de criticas, justificadas, en España y Portugal. Resulta una paradoja, cuando no una utopía, hablar de conseguir para las mascaradas su declaración como Patrimonio de la Humanidad cuando al paso que vamos habrá que declararlas es en peligro de extinción. Las mascaradas nunca fueron puro teatro sino sentimientos del alma y el corazón como motor de la vida misma. Ahí esta su gran valor a preservar.