El año ha empezado por el final, por la muerte. Peor comienzo para Zamora, imposible. Por mucho que el himno de la legión diga que la muerte no es el final, después de la muerte no hay mucho más que un dolor terrible de unas familias que ven como se les arranca un miembro de su cuerpo.

Hace nada fue un joven de Requejo, en Sanabria. Hace menos que nada otro joven mataba a una mujer en la avenida de Requejo de la capital. Dos Requejos distintos y un solo drama verdadero.

En el segundo caso es una enorme tragedia para dos familias pero, como decía un amigo mientras rebajábamos las grasas de la navidad en torno al Duero, una tragedia sobre todo para la familia del muerto.

Es muy difícil ponerse en la piel de esta pobre gente. Que un muchacho salga a dar una vuelta y que sus padres tengan que ir poco después a recogerlo yerto en una cuneta, tiene que ser como para arrancarse los ojos con la navaja.

Y ni te cuento la familia de la mujer fallecida de forma tan estúpida. Solo venía a disfrutar de la cena navideña y mira. Por qué a ella, que no habían hecho nada más que salir a cenar de forma prudente y pacífica.

Dicen que su matador llevaba mucho alcohol encima y que la juez lo ha dejado en la calle de forma provisional. Es legal, pero para quien vela a una víctima inocente tiene que ser durísimo saber que quien le segó de cuajo sus ilusiones está a pocos metros durmiendo la mona que se la llevó por delante.

Es aventurado hacer conjeturas hasta que se conozcan los detalles del accidente, pero si se confirma que en calle tan céntrica un desalmado iba tan deprisa como dicen y tan bebido como se cuenta, es como para encerrarlo y que no vuelva a ver jamás la luz del día. Porque ha sido una infeliz mujer, pero podrían haber sido dos, tres, siete.

Los que defienden los controles de alcoholemia, tendrán un argumento más para pedir que en cada esquina aparezca un guardia con el aparato de soplar. Pero no es cierto que más controles eviten estas barbaridades. Ha sucedido con la violencia doméstica. Todos creyeron poder acabar con ella con medidas de control y cada nuevo día aparece una nueva mujer asesinada. La última hace un rato en Gerona.

Nada se puede evitar con solo la fuerza. La educación es el camino. Y por él se están dando buenos pasos con la presencia de educadores viales en las escuelas. Pero como impedir que un loco se hinche a vino y siembre el terror en el centro de una ciudad o un pueblo. Imposible.

A menudo vemos en el paraíso de las armas, Estados Unidos, como un tarao coge la recortada, va a un colegio y se carga a tres niños. No podrán evitarlo por muchos esfuerzos que hagan.

Quizás las penas a los desalmados sean pequeñas y tardías. Vemos con demasiada frecuencia como los matadores de seres inocentes salen a la calle tras pequeños cumplimientos de condena. Vemos que tras matar a su víctima tardan días, meses, años incluso en entrar en prisión.

Sé que nada se adelantaría con que el glorioso Farruquito, que mató a un inocente, siguiera en la cárcel «sine die»; ni que hubieran metido ya a Ortega Cano. Sé que nada se hubiera ganado con hacer que el chico que mató a la mujer en el accidente hubiera tomado las uvas entre rejas, pero sí sé que para las víctimas algún consuelo hubiera sido.

Y puesto que nadie va a reparar el enorme mal hecho, al menos darle el consuelo de ver que quien destruyó su vida se pudre en la cárcel.

delfin_rod@hotmail.com