Tenía pinta de cardenal del Renacimiento don Atilano del Bosque Pastor, profesor de Filosofía en el Seminario zamorano; porque nació en Monfarracinos, Waldo Santos lo llamaba «Don Monfarra». Don Atilano solía alegrar sus sabias lecciones con referencias a sucesos curiosos y personajillos raros. Un día contó el caso de cierto párroco de aldea, amorcillado en la rutina de los años. La más fiel beatucona (viuda y rica propietaria) le regaló un reloj para que todos los domingos celebrara la misa a las diez en punto; el viejo cura, simplón y roñica, acudía los sábados al ayuntamiento con su «roscopatén» , y el secretario se lo ponía en hora . Otra de sus manías consistía en animar a los padrinos de los bautizos a mover el santoral, abundantísimo en nombres, muchos caídos en el pozo oscuro del olvido permanente. En efecto, son muchos los santos de los que nadie parece acordarse; y aunque Tomás de Kempis aconseja no entrar en comparaciones sobre los méritos de unos y otros, parece justo reinvindicar a los invariablemente olvidados.

Hoy último día del año, memorial de santo Domingo Sarracino, mártir fue degollado con alfanje moro, en la califal Córdoba el 31 de diciembre del año 985. ¿Quién se acuerda de este noble caballero zamorano? En «El desfile de los santos» el jesuita José María de Llanos, cuenta la vida y muerte de Domingo Sarracino, a guisa de reportaje periodístico según advierte el propio autor; esto quiere decir que se trata de una nota biográfica contada a ritmo de actualidad por más que ofrezca rasgos legendarios.

Llama la atención que el tema no tentara ni a Cesáreo Fernández Duro, ni al magistral Romero, ni al novelista Carmelo de Dios Vega, ni a otros autores que no dudaron de conjugar historia y leyenda que, al decir del historiador canario Viera y Clavijo, a veces van entrelazadas como mirto y laurel. Solo al inolvidable amigo el profesor José Fradejas le oí hablar de santo Domingo Sarracino, precisamente comentando un artículo mío; creo recordar que disentía de la narración del P. Llanos; conociendo su afán por el rigor, pienso que su opinión era acertada. El caso es que santo Domingo Sarracino no figura en almanaques tan populares como el calendario de mesa del Corazón de Jesús que en su santoral de este día ofrece una relación de cerca de veinte nombres. Más llamativo parece que en la ciudad de su nacimiento («la ciudad que meció su cuna», diría Boizas) nadie se acuerde de Domingo Sarracino ni en el día de su Festividad. Cuenta José María de Llanos que su biografiado nació en el seno de la ilustre familia zamorana de los Yánez; que acudió a la defensa de Simancas donde los moros lo hicieron prisionero y encadenado le obligaron a caminar hasta la prisión de Córdoba; pusieron alto precio a su rescate que por falta de interés de los reyes leoneses, no llegó nunca. De Zamora se desplazó hasta Córdoba su esposa Violante para darle ánimos. Pero el honrado caballero y ejemplar cristiano fue acusado, con razón, de intentar convertir a los guardianes de la prisión, y fue condenado a morir degollado por alfanje. Afirma Llanos que sus restos juntamente con los de su esposa fallecida poco después, fueron traídos a Zamora. La verdad es que de ellos nunca más se supo. O ¿hay quién sepa algo del tema?

Lamentablemente, el martirio de Domingo Sarracino no parece lejano; a pesar de los siglos transcurridos, podría contarse como actual. Los cristianos sufren persecución en numerosos países islámicos; antes morían individualmente por tajo de alfanje; ahora son asesinados en grupos por las bombas del fundamentalismo terrorista. Se ha hecho presente en otros países la persecución que los cristianos padecieron hace algunos años en Sudán y Biafra. La Navidad última ha sido trágica para los cristianos de Nigeria; en este mismo muchos coptos fueron sacrificados en Egipto; los periódicos han informado de asesinatos de católicos en Pakistán y en Iraq de donde escapan en masa. Suena a paradoja trágica que los cristianos hayan perdido la libertad y tranquilidad que disfrutaron bajo el régimen dictatorial de Saddam Hussein; ¿de qué ha servido la invasión yanqui? Y se ven venir las consecuencias que para las minorías cristianas va a tener la intervención militar en Libia. A la vista de quien quiera verlo está el fenómeno absolutamente diferente que se está produciendo en el mundo islámico y en el occidental: mientras en este, el laicismo prepotente aparta la religión de la vida pública, el islamismo está acabando con los regímenes laicos; hasta Turquía se ha sumado a la ola, liquidando la creación del famoso Kemal Atatürk. ¿Para qué la Alianza de Civilizaciones? El caso evidente es que en nombre de una de ellas se mata. La ONU se muestra tan inoperante como suele. Habrá que encomendar la soñada alianza zapateril a santo Domingo Sarracino.