Ni las palabras son neutrales ni los sinónimos son exactos. El primer gobierno de Mariano Rajoy no tiene ministerio de Trabajo sino de Empleo. En su discurso de investidura, utilizó 39 veces palabras la palabra «empleo» y sus derivados, y 17 veces, menos de la mitad, «trabajo» y sus derivados. Según la Real Academia, trabajar es «ocuparse en cualquier actividad física o intelectual». Emplear, en cambio, significa «ocupar a alguien, encargándole un negocio, comisión o puesto». Noten las diferencias. Trabajar es «ocuparse», forma pronominal, que indica actividad que hace uno mismo. Yo trabajo. El fruto de mi trabajo. La tierra para el que la trabaja. El amo se apropia de la plusvalía de mi trabajo. Emplear es «ocupar», verbo transitivo, algo que se le hace a alguien: «Dar que hacer o en qué trabajar». Crear empleos. Conseguir un empleo. Miedo a perder el empleo que me ha dado el amo. La acción de trabajar la ejercen los trabajadores, la acción de emplear la ejercen los empleadores, que son tanto los empresarios como las administraciones. Pepe trabaja muchas horas (compasión, y ahora, envidia). Paco emplea a mucha gente (aplausos, admiración). La organización revolucionaria que se creó en el siglo XIX no se llamaba «Asociación Internacional de Empleados» sino «Asociación Internacional de Trabajadores». Uno no se imagina a Pablo Iglesias fundando la Unión General de Empleados. Decir que uno es trabajador equivale a inscribirse en una categoría social. Decir que uno tiene empleo lleva a la pregunta: «¿dónde?». Lo primero es esencial, lo segundo es circunstancial; por eso a los parados se les llama «desempleados», y no «destrabajadores», palabra inconcebible. Mariano Rajoy ha optado por llamar «de Empleo» el ministerio antes llamado «de Trabajo» en una definición transparente de su visión del tema y del problema. Va a poner el acento en los empleadores y en sus demandas. Lo vamos a ver cuando se aborde la famosa reforma laboral, a la que se presume la difícil condición de bálsamo de Fierabrás que todo lo va a curar.