Consolad, consolad a mi pueblo -dice Dios-, hablad al corazón, gritad que se ha cumplido la pena». Uno de los miles de judíos desterrados que penan en Babilonia, judío anónimo al que llamamos Segundo Isaías, acogió estas palabras y se convierte en pregonero. A voz en grito convoca a los desterrados: «En el desierto preparad un camino al Señor». Hablarle a un judío del «desierto» al instante le trae a la memoria el éxodo: la salida de Egipto y la travesía del desierto hacía la tierra prometida. Así, pues, un segundo éxodo es inminente y urge preparar el camino por donde pasará Dios mismo al frente de su pueblo. El pregonero está apresurado. Vuela rápido a la Tierra Prometida y desde una montaña vuelve a gritar, que lo oigan toda la Tierra: «Atención. Dios el Señor llega con fuerza», pero tan delicado con su pueblo como pastor que lleva en brazos los corderos y cuida de las madres.

Siglos más tarde Juan el Bautista coge el testigo del Segundo Isaías. Del Bautista conocemos el nombre de sus padres, las circunstancias de su nacimiento, su formación austera y su carácter intachable; sabemos dónde vivía, cómo vestía, qué comía, qué actividad lo caracterizó: la predicación de un cambio de mentalidad y conducta en tiempos de cierta corrupción, y el bautizar con agua a cuantos aceptaban su predicación. La predicación cristiana lo proclama como el precursor de Jesucristo. Con razón puede san Marcos encabezar su evangelio con estas palabras: «Principio del evangelio de Jesucristo Hijo de Dios».

La palabra evangelio ha significado propina en la «Odisea», buenas noticias en un decreto proconsular, el contenido de la predicación de Jesús en Mt/Mc y en este encabezamiento puede significar el evangelio que Jesús predica o el evangelio que predicamos de Jesús o el evangelio que es el mismo Jesús (Jesús mismo es la buena noticia). En cualquiera de los casos el punto de partida es el pregón multisecular: «Preparadle el camino al Señor».

Una estrofa del canto más bello del Adviento repite las palabras de Dios «Consolad, consolad a mi pueblo. Rápido llega tu salvación». El consuelo con que nos consuela el Bautista es el anuncio de que le está pisando los talones «quien es más fuerte que él y que nos bautizará con Espíritu Santo». Jesucristo apareció en forma de esclavo siendo Hijo de Dios. Eso fue en Belén. Dios lo enalteció. Eso fue en Jerusalén. Él es el Fuerte, todopoderoso para transformar nuestra corrupción y malicia en rectitud y honradez, para recrearnos mediante la infusión de su Espíritu Santo a través del rito bautismal. Él es nuestra salvación. Nuestro gozo y consuelo. Esto es en nuestro corazón. Es obligado, no obstante, manifestar y comunicar nuestro gozo y consuelo.