No voy a tener la oportunidad de otro comentario previo a la Navidad y no quisiera quedarme sin la satisfacción de sugerirla. «Apresurar la venida» es eso, adelantarla, avivar y abreviar los plazos. En la magistral obra «El hombre eterno» de G. K. Chesterton hay un capítulo expresamente dedicado al nacimiento de Jesús que lleva el título de «El Dios de la cueva». Lo recomiendo. «Celebramos la Navidad, dice, seguimos celebrándola, porque somos psicológicamente cristianos. Si uno busca un aspecto no controvertido del cristianismo probablemente escogería la Navidad». Este año no he leído ni un folleto de propaganda navideña. La gente no está por el consumo, ahora menos que nunca, y las grandes superficies lo saben y no se permiten excesos. En años pasados se hacía interesante revisar esa propaganda que competía y hasta se aprovechaba del mensaje religioso del Adviento y de la Navidad. Navidad es el sonido simultáneo de muchas notas: la humildad, la alegría, la gratitud, el temor sobrenatural y, al mismo tiempo, la vigilancia, el drama y la esperanza. Esperanza sobre todo.

Benedicto XVI en su ya finalizado viaje a África también ha hablado de esperanza y lo ha hecho en términos que bien nos vendría aplicar aquí. Ha hablado en Benín, pero el suyo es un mensaje sin fronteras. «No privéis a vuestros pueblos, dice, de la esperanza. No amputéis su porvenir mutilando su presente. Tened un enfoque ético valiente en vuestras responsabilidades y, si sois creyentes, rogad a Dios que os conceda sabiduría. Esta sabiduría os hará entender que, siendo los promotores del futuro de vuestros pueblos, es necesario que seáis verdaderos servidores de la esperanza».

Nada parece tan urgente como el retorno a la esperanza. Esa fue la profecía de Isaías para con un pueblo servil que necesitaba levantar el ánimo. Nuestras pasadas elecciones nos han traído también una buena dosis de esperanza, augurio de nuevos tiempos y oportunidades. Esta España nuestra, tan adormecida y engañada en sus excelencias, siente miedo. La base económica sobre la que nos hemos empeñando en asentar el futuro, cruje y amenaza ruina como esa estatua con pies de barro que hemos venido leyendo en la Profecía de Daniel. El veredicto de «contado, pesado y dividido» sobre la corte babilónica es sentencia que, salvadas las distancias, suena y mucho a rechazo de quienes nos han gobernado y a prevención y guardia para quienes toman el relevo en la gestión pública. Ya decía Ana Frank que no se podía construir nada sobre la base de la muerte, la miseria y la confusión. De confusión sabemos ya bastante, de miseria, vamos aprendiendo. Pero el creyente lucha por «ese cielo nuevo y esa tierra nueva en que habite la justicia» (2P. 3,14).