Desde que jugaba al balonmano, Iñaki Urdangarín, el yernísimo del Rey, se ha pasado la vida pegando pelotazos. Con este último, que al parecer le ha supuesto embolsarse la pila de millones, a las bolas le han salido pelo. Mal asunto que el vasco tuviera que acabar rasurándolas en el sillón eléctrico de la peluquería de la cárcel.

Y todo hace pensar que pudiera. Según todos los indicios, don Iñaki ha sido un indigno miembro de la familia real española. Adosado, pero miembro al fin e indigno, porque podría haber metido mano en el cajón nacional.

Si los peores augurios se cumplen, veremos cómo don Urdangarín utilizó al rey como si fuera un trilero de la puerta el Sol, presentándole como una bolita con corona que siempre sale debajo del cubilete que él maneja. Siempre sale en teoría, claro, porque a la hora de la verdad, el rey nunca estuvo ni se le esperó más que en sus pretendidas trampas.

La infanta Cristina está triste. Preocupada porque sus hijos se enteren en el colegio de que su padre es un chorizo presunto. Dicho presunto sin ánimo de ofender, puesto que en portugués presunto es cerdo. Y no he querido decir yo que sea un chorizo cerdo, sino un chorizo a secas.

La infanta debería estar preocupada porque los jueces se enteren de que ella es supuestamente cómplice de su marido el embutido. Y lleva camino de ello. A ninguna cabeza humana cabe que su esposo se compre un palacete y media docena de pisos en Palma y ella no le pregunte de dónde saca para tanto como destaca.

De lo que ambos pueden estar seguros es de que sus niños no tendrán que estar esperando nunca a que del cielo baje el helicóptero del Tulipán. De darles de comer nos encargamos los españoles, que le pagamos un suculento sueldo vía Casa Real.

Yo estoy seguro de que, en cuestión de días, quizás horas, la Real Casa anunciará que el matrimonio se está diluyendo como un azucarillo. La amputación del miembro podrido es imprescindible para que el cuerpo de la Casa se regenere y no pierda el poco prestigio que le queda. De no hacerlo así, se gangrenará y el remedio será peor que la enfermedad.

En su defecto, si el Rey no toma el bisturí y corta por lo sano, la alternativa será cavar un profundo foso para que el fuego amigo no traspase la trinchera real y acabe herida de muerte la Zarzuela.

El rey pocero. A sus años. Me da pena. Pero él se lo guisa y él se lo come, por no haber vigilado al vascongado. Desde luego, ha hecho este tipo más contra España y la monarquía que la propia ETA. Visto lo visto, el Rey tenía la bomba en casa.

Don Juan, que acaba de recibir a los niños que ganaron el concurso escolar «qué es un Rey para ti», corrió el riesgo de que alguno lo viera como el suegro de un pirata al que solo le falta la pata de palo y un parche en el ojo.

Nuestro buen Rey, quizás avergonzado ante los niños, lució unos enormes gafones negros, como si con ellos quisiera ocultar a la cándida mirada de los niños la cara triste y desencajada de un hombre burlado, avergonzado y utilizado por el marido de su hija Cristina.

Por cierto, que ha sido estupendo que una niña -Marina Arce-, del colegio Virgen de la Vega de Benavente, estuviera entre las privilegiadas que departieron con Su apenada Majestad. Curioso lo de este colegio, que siempre tiene un altísimo nivel educativo entre su alumnado. Lo dará el aire de la villa del toro enamorado.

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