Hace hoy dos siglos moría de pulmonía, en Puerto de Vega, Gaspar Melchor de Jovellanos. Aunque no se le puedan atribuir unas últimas palabras, pues en los postreros momentos de su rica y agitada vida deliraba, sus últimas vocalizaciones fueron estas: «Nación sin cabeza…, desdichado de mí». Jovellanos vivió momentos de gloria, pero la mayor parte de su tiempo vital fue de amargura, perseguido por sus enemigos e incomprendido por casi todos. Los ojos de la Inquisición, de algunas órdenes como los Jesuitas, de la Monarquía castiza y corrupta, de los enemigos del progreso, pero también los de los radicales no podían tolerar la luz de Jovellanos, un modernizador, un moralista cívico, un patriota cabal, un católico íntimo y austero, decidido partidario de que el fuero del Estado no fuera interferido por la Iglesia. Hoy se glorifica a Jovino, pero con frecuencia se falsifica su legado.