Se anuncia para mañana la gran pelea entre los dos gallitos de la política. Las emisoras de televisión animan a presenciar el espectáculo; hasta ahora ninguna se ha aventurado a anunciarlo como el debate político del siglo.

Los que presumen saber de la cosa democrática afirman que el debate entre candidatos es consustancial con la campaña electoral y que un solo encuentro es poco; si «nihil nimis», acaso tres ya serían demasiados.

Tratándose de un combate, lo ganará un contendiente y el otro lo perderá; o será declarado nulo: Memorables experiencias demuestran que la decisión depende del mundillo mediático; este no es infalible como quedó patente cuando dio por vencedor a Solbes de un famoso debate que según se demostró más tarde, había perdido por K. O. Pero el sectario suele ser tan pertinaz como la famosa sequía. Por eso podría apostarse doble contra sencillo sobre el ganador mediático del combate estelar que se librará en la noche del próximo lunes. Las urnas dará su definitivo dictamen que no pocos comentaristas creen decidido cualquiera que sea el desarrollo y resultado del asalto dialéctico entre los gallitos del PSOE y el PP. Se ha comentado que las aterradoras cifras del paro y la última encuesta del CIS favorabilísima a uno de los contendientes, restan interés al debate. Sin embargo, no debiera confiarse Rajoy, gallego de nación y ejercicio, sino aplicarse el saludable aviso de «La Casa de la Troya»: «que te somos mortales»... Mariano.

Así las cosas, no hay que negarle de antemano interés al espectáculo cuyo coste se ha cifrado en más de medio millón de eurotronchos que a prorrateo tendrán que sufragar las emisoras; parece mucho dinero, pero mucho más ha costado el circo inédito de Alcorcón, ya en camino de hacerse famoso en el mundo entero. Por más que nos parezcan trillados, los temas a debate son tan importantes, tan vitales que bien merecen ser explicitados una vez más; acaso se presenten aspectos nuevos y asome la oreja alguna inédita propuesta de solución; nunca hay que dar de mano definitivamente a la esperanza. Es cierto que tanto Rubalcaba como Rajoy llevan tiempo mareando la perdiz de la crisis y sus duras secuelas; podría ser que entre tanta palabrearía hubieran olvidado algún dato relevante o previsoramente los hubieran guardado en la manga para esta ocasión; no conviene hacerse ilusiones.

La organización del espectáculo dialéctico ha sido encomendada a técnicos de gran prestigio. Es ingeniosa y acertada la ocurrencia de situar a los combatientes en una mesa con forma de barco. Ello nos permite imaginar que se ha concebido como una naumaquia, una batalla naval. Esto encaja con el tinte que Rubalcaba ha dado a su campaña electoral: Tal, su lema: «Pelea por lo que quieres». En efecto, cada uno debe aceptar la lucha en justa defensa de lo suyo. Pero a veces la etimología nos juega alguna trastada. «Pelear», según el María Moliner, deriva de pelo «por agarrarse de los pelos»; y el peleador puede acabar en peleón, sinónimo de camorrista. Es inimaginable que don Alfredo se haya parado en semejantes consideraciones, sino que habrá escrito pelea por lucha. En cualquier caso no es Rajoy, es Rubalcada el que lleva la campaña a son de pelea, como hiciera Largo Caballero en las elecciones del 36. Entonces el debate televisivo que va a contar con una gran audiencia, tendrá algo de pelea, aunque no le pete al candidato del PP, pacífico de suyo, aunque bien podría sorprender al televidente con el gesto famoso del pacífico airado. Rubalcaba, peleador por propia decisión, es quien debe portarse como tal. Seguramente le resultará más cómodo probarse como pegador que como fajador, dados los puntos débiles, lógicos en una biografía política tan dilatada; además es el momento de confirmar la capacidad maniobrera que se le atribuye. Se nos antoja poco probable que de la pelea, resulta impredecible que del debate televisivo de los dos gallitos de la política nacional salga alguna luz cegadora capaz de alumbrar un vuelco en las previsiones electorales; en cambio, no sería tan raro que corroborara o cambiara la valoración de los candidatos en las encuestas y en la opinión mediática. Porque algunas de las virtudes y limitaciones atribuidas tanto a Rubalcaba como a Rajoy, podrían ser tópicos mantenidos por algún interés. Ya no se nos antoja aplicable la fabulilla: «Dos ciervos en prado verde; uno pace, el otro duerme».