Los dos grandes partidos han negociado, apañado o amañado (no podemos saberlo porque no han dejado que se supiera nada sobre sus negociaciones, apaños o amaños) que el 7-N sea el día en el que la democracia política y la televisiva se aúnen ofreciendo un mitin a cuatro manos y dos voces con un cien por ciento de intervenciones del cien por ciento del tiempo disponible a favor del bipartidismo. Los espectadores elegiremos con la misma libertad de quien está ante un plato de lentejas y se sabe la rima. Que aproveche.

De derrota en derrota hasta el fracaso final, hacemos un último intento por cambiar las cosas, por no encontrarnos mañana con un baile protocolizado en el que ambos danzantes llevan aprendido hasta el último gesto, por modificar el inevitable avance de la hilera de tanques que nos arrollará. Todos los elementos del debate están atados y bien atados entre el PP y el PSOE: escenario, moderador, tiempos, temas, cámaras, asesores, pausas. Pero podemos plantarnos ante ellos y pedir un ajuste.

Cada candidato tendrá seis asesores siguiendo el debate desde sus respectivos camerinos. A la mitad habrá una pausa y cada candidato se reunirá con un asesor en su esquina para que le limpie las heridas con una esponja, le dé de beber y le aconseje que mueva más las piernas y golpee así y así. Bien, pues nos conformamos con que pongan en los camerinos alguna de las muchas cámaras de las que disponen y nos enseñen a los espectadores qué comentan los asesores durante el debate, qué anotan en sus cuadernos, qué les alegra y les enfurece, qué dicen al candidato durante el descanso. Es pedir bien poco. Esperamos viendo el «Salvados» de hoy por la noche en La Sexta titulado «6-N. Rubalcaba vs. Rajoy». Avisa Jordi Évole: «Da igual quién hable el primero o el segundo porque la última palabra la tiene Angela Merkel».

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