Cuentan que el mismo día en que se tuvo conocimiento de que el ex portavoz de Exteriores del PP se había quedado fuera de las listas, el propio Rajoy explicaba a los suyos que, después del papelón del ilustre en Zamora no tenía intención de hacerle comulgar con ruedas de molino a ninguna otra provincia. Arístegui ya había hecho sus pinitos anteriormente por Guipúzcoa, por Ciudad Real, y aunque todos destacaban la valía del muchacho, miraban para otro lado cuando llegaba la hora de las candidaturas.

Entre las escasas ocasiones en las que se le vio el pelo por aquí no se cuentan ni el Congreso provincial de su partido ni tan siquiera la visita que a Zamora giró la secretaria general, María Dolores de Cospedal, a quien no le pasó desapercibida la ausencia y tomó nota del desaire.

Hace tres años, la penúltima vez en que se le recriminaba su escasa querencia por esta tierra en una entrevista en este mismo diario, prometió que vendría casi todos los meses y hasta la fecha. Vamos, como el que iba a comprar tabaco y acababa en las fotos del programa de Lobatón. Acumulaba otros récords de dudosa utilidad para su carrera política como ser el diputado con más faltas de asistencia en la Cámara Baja, o el parlamentario por Zamora que más patrimonio declaraba. El retrato lo completó en el Congreso nacional de Valencia, cuando su pico de oro se posicionó al lado de Juan Costa y reivindicó alternativas a un liderazgo de Rajoy entonces cuestionado tras haber perdido por segunda vez unas Generales frente a Zapatero. Ahora Gustavo tiene claro que la vida tiene trayectoria de boomerang y que el gallego no es tan magnánimo como lo pintan. Hay quien piensa que su póstumo ataque de conciencia para con Zamora viene a ser una petición de reinserción, si no en la vida política, al menos en la diplomática. Un exilio dorado, como Boabdil, pero con menos lágrimas.