Nuestro vecino Portugal, con peor crisis pero casi la mitad de la tasa de paro (12%), lleva la misma hora que el Reino Unido, en igual huso horario. Usar la hora alemana mataría de saudade a los portugueses, el pueblo más discreto y educado de la península ibérica, si la corrección política interterritorial permite decirlo.

Cada año, cuando llega el horario de invierno, alguien repite que ahorramos energía al atrasar sesenta minutos aunque nos desordene el sueño durante unos días y nos propenda a la melancolía de las tardes cortas. Es poco considerado con los casi 5 millones de parados, que no tienen que madrugar y que pasan los lunes (martes, miércoles...) al sol, a menos sol, porque se oculta antes.

Según los que dicen saber, Alemania dicta la política económica europea para evitarse toda inflación y pide una inmoderada austeridad al resto lo que en España da más parados. En octubre se vio. Normalmente baja el paro. Este año subió porque las administraciones públicas del equilibrio presupuestario dejaron en casa a los interinos.

Nuestro minimalismo laboral se ha beneficiado de una sucesión de políticas bipartidistas que decían estimular el empleo facilitando el despido, sobre la idea de que los salarios dañan la productividad, algo que la esclavitud no haría. Así hemos llegado a aportar casi un tercio de los 16 millones de parados de la Unión con la virtud de un país que siempre empleó poco y en el que las dos grandes vocaciones de los últimos 40 años (periclitadas las de cura y militar) han sido funcionario y albañil.

Queda el hamaquero (en realidad, tumbonero) español, trabajador del descanso alemán, un empleo en el que nunca se pone el sol y un sector al que el mucho paro ambiente ayuda a mantener la competitividad.