Pocas veces la carta de un lector te toca tanto el corazón como la recibida por mí hace unos días. Proviene de un lector de Bilbao de nombre Fernando. Visita con regularidad Zamora de la que conserva el maravilloso recuerdo de su mujer fallecida que fue, según él, quien le enseñó a conocer y amar nuestra ciudad.

Me dice el amigo Fernando, textualmente, salvo algunas apreciaciones personales que por rubor omito:

«Hace días que me he propuesto escribirle, pero hasta ahora no me he decidido, siendo la salvajada de esta fiesta de Tordesillas la que me ha llevado a hacerlo. Siento un gran malestar y vergüenza al observar los reportajes fotográficos que del toro de la Vega se han hecho.

A los que sostienen que el toro fue creado para la lidia, les diría que el toro puede pastar en las dehesas y ser admirado por las personas, siendo el verdadero tótem de nuestros días. El toro como arte (toros de Osborne) se respeta, el toro como animal de carne y hueso, se destruye. Le adjunto un montaje fotográfico sacado de los periódicos. ¿Se puede considerar a los individuos que masacran a los toros seres racionales, cuando disfrutan acorralando a un animal para herirlo, y rematarlo con un destornillador como puntilla, por conseguir un premio y ser paseado por la multitud como héroes?

A veces, en los medios, se define la muerte del toro como un lance de la lidia y se exponen impúdicamente las fotos del festejo. Sin embargo se censuran con razón las fotos de galgos colgados de los árboles, peleas de gallos, gansos con la cabeza arrancada... Han aparecido noticias de personas sancionadas y enviadas a la cárcel por estas causas.

Sobre el toro de la Vega, siendo un acto público, no se pueden aplicar a estos individuos las leyes que regulan el trato que se debe dar a los animales, y eso que cuentan con la presencia de niños, que tienen prohibida la entrada a las plazas de toros hasta los 14 años.

Le adjunto un fragmento del libro de Miguel Delibes que, si viviera, aborrecería esta fiesta que se perpetra en su tierra vallisoletana. Se trata de "Las guerras de nuestros antepasados". Es un diálogo entre Pacífico Pérez y el doctor, en el sanatorio. Creo que es apropiado aplicarlo al tal "Zamorano" (flaco favor hace a Zamora) de nombre Óscar Bartolomé, que ya en el año 2003 fue el ganador; su papel sería el del Bisa, destripando personas en la guerra carlista.

"Y conforme alcanzó la posición enemiga, ¡cuaj!, bayoneta adentro, tres dedos debajo del ombligo, media vuelta a la derecha y listo, ¿comprende? Así veces y veces, que, a su decir, unos, los enemigos, digo, levantaban los brazos al pincharles y, otros, reviraban los ojos y aún les había, hágase cuenta, que agarraban el caño del fusil, y hacían por sacarla, la bayoneta, digo, boberías, ya ve usted, que siempre hará más fuerza el que empuja de la parte de fuera, ¿no? De forma que cuando el capitán Estévez se personó en la posición, el Bisa ya se había despachado una docena de ellos. Y los que no, se arrancaban a correr cerviguera arriba y el Bisa tras ellos, al correquetepillo, a ver, que a su decir, entonces tenía buenas piernas, ya ve, conforme se le ve ahora de postrado, y les acuchillaba las espaldas, pero con su ciencia, no crea, o sea, buscándoles el riñón…"».

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