Hoy se cumplen diez años de los atentados del 11-S en New York. Aquel 11 de septiembre era martes. Recuerdo que pasé la mañana en Zamora, resolviendo algunos asuntos minúsculos y preparando las clases que tenía que impartir unas horas más tarde en la Universidad de Salamanca. Cuando salí de casa, estaba horrorizado, como la mayoría de los ciudadanos que habían presenciado, en vivo y en directo, un atentado que iba a cambiar no solo las relaciones internacionales sino la vida cotidiana de cada uno de nosotros. De Zamora a Salamanca, las noticias radiofónicas y el relato de los locutores me estremecían. Aquella tarde fue distinta en las aulas. Todos estábamos aturdidos por el impacto de las imágenes que habíamos presenciado en la televisión. Mis alumnos me hacían preguntas y yo no sabía qué responder.

Parece mentira que hayan pasado ya 10 años. Si echamos la vista atrás, estoy convencido de que todos, aunque tal vez unos más que otros, hemos vivido e incluso sufrido muchas experiencias que, en mi modesta opinión, han estado marcadas por lo que llegó tras aquel famoso y triste día. Para empezar, el mundo se hizo mucho más inseguro de lo que era ya. Incluso muchos sufrieron en sus propias carnes las secuelas del terror en otras latitudes (Marruecos, Madrid, Londres, etc.) y todos sufrimos los efectos de una política suicida contra el terrorismo internacional lanzada, auspiciada y promovida sobre todo por la administración Bush. Algunos Gobiernos padecieron las críticas y los ataques de gran parte de sus ciudadanos por fomentar una política que muchos expertos consideraban un tremendo error. En marzo de 2003, la invasión de Irak marcó el inicio de una guerra que enojó a muchos ciudadanos del mundo. Yo fui uno de ellos. Entonces me pareció que aquella guerra era un ejemplo de prepotencia política. Los resultados me han dado la razón.

Hoy, diez años después del 11 de septiembre, el mundo sigue sufriendo las consecuencias de una acción que, ni entonces ni ahora, puede ser justificada. Y el reto que tenemos por delante es mayúsculo: trabajar para que no se vuelva a producir un suceso tan deleznable. ¡Y hay tantas cosas que hacer! Para empezar, sería muy conveniente que todos asimiláramos y entendiéramos de una vez que las conductas terroristas, aunque nunca se deban justificar, es imprescindible conocerlas y saber qué hay detrás de ellas: por qué ocurren, qué o quién las anima, qué o quién las promueve, qué o quién las favorece, etc. No debe malinterpretarse lo que digo: entender algo no significa que se justifique. Y es lo que sucede con las conductas violentas, que hay que entenderlas para que se puedan atajar eficazmente. Si en esto estamos de acuerdo, lamentablemente la experiencia de los últimos diez años nos enseña que las discrepancias mundiales son casi insalvables a la hora de enfrentar y, por tanto, atajar un problema que ha marcado la vida de tantas personas. ¿Tendremos que esperar otros diez años?