Si Jesucristo se presentara de improviso en las cacareadas Jornadas Mundiales de la Juventud, ¿lo reconocerían? En el dudoso caso afirmativo, ¿lo aceptarían como uno más o le recomendarían que permaneciera en un discreto segundo plano? Es absurdo plantear siquiera que pudiera aproximarse al Papa, sería apartado a empellones por las fuerzas de seguridad. El encuentro ha sido jaleado como si comportara la segunda venida, pero en la tranquilidad de que no hay ningún riesgo de que se produzca. Un recuento de los personajes citados en la abundante literatura que han suscitado las JMJ -hasta la denominación es equívoca y solapada- mostraría la hegemonía de las referencias a Benedicto Siglo XVI, a Bronco Varela o a Cospedal con mantilla. En cambio, Jesucristo apenas merece la consideración de comparsa. El cristianismo nace como un movimiento revolucionario y antiimperialista, hoy patrocinado por Telefónica. Con el planeta al borde de la disolución económica, Su Castidad se centrará en un mensaje de contenido sexual, durísimo hacia quienes carecen de las oportunidades o del tiempo suficientes para consagrarse a las actividades carnales y vulnerar los preceptos papales, con objeto de darle la razón. Si viene el Papa es que se acercan las elecciones, por lo que la derecha aprovechará para apalear a Zapatero por anticlerical, según demostró al nombrar a los ateos Carlos Dívar y José Bono al frente de los poderes judicial y legislativo, respectivamente. El Vaticano antepone el sexo a la codicia, aunque son dos monedas con la misma cara. Si desea la salvación del género humano, el Papa debe promocionar el consumismo en declive, con la misma furia agitada antaño para condenarlo. Por una razón de estricta supervivencia, hay que amenazar con alguno de los infiernos en desuso a los ahorradores conspicuos, que se niegan a activar la economía comprando objetos inútiles. El intelectual Benedicto es la última esperanza para los descreídos, nostálgicos de los tiempos en que combatían a la única religión verdadera.