Me visitan estos días unos amigos. Decidieron visitar y darse un baño en el Lago. Cuando volvieron me dijeron que aquello estaba imposible. A reventar. Mientras tanto, las piscinas fluviales como la de Corneira, en Trefacio, estaba vacía. El esfuerzo del nuevo Ayuntamiento en ponerla en marcha después de años de abandono, no ha dado todavía frutos, pero el nuevo equipo ha puesto las bases para que tenga un futuro esperanzador.

Era una buena, una gran idea, esa de las piscinas fluviales bordeando el Lago para quitarle presión en la época de máxima afluencia. Solo la desidia de unos políticos inútiles ha hecho que se quedaran en buenas ideas.

La desidia se traslada a muchas cuestiones en Sanabria. Con mis amigos visité los Colmeneiros de San Ciprián, camino de la hermosura de la cascada de los Vados. Lo que mis amigos vieron les pareció algo increíble. Unas edificaciones de una extraña perfección, miles de piedras en equilibrio una sobre otra sin un gramo de barro ni cemento.

Venían de un largo viaje y mis amigos pensaban que este tipo de vestigio era explotado al máximo en otras latitudes. Cuántas cosas insignificantes, desde luego de menos importancia que los Colmeneiros sanabreses, son visitadas como templos de la arquitectura popular.

Yo creo que no costaría tanto limpiar estos monumentos de la maleza que los corroe, que acabará destruyendo toda la belleza de los singulares edificios que protegían las colmenas del ataque de los golosos osos sanabreses.

De vuelta a casa, visitamos el Santuario de la Alcobilla, en Rábano. Mis amigos se quedaron literalmente con la boca abierta al ver esa maravilla de castaños, alguno de los cuales tiene perímetros de más de diez metros.

Cuánta belleza dormida encierra Sanabria sin que seamos capaces de sacarla a flote ni ponerla en valor. ¡Anda que no tenemos delito!

Subimos al día siguiente al Tejedelo, que es la mayor mancha de tejos de Europa. Me acordé, trepando la empinada cuesta, de los enormes esfuerzos de Óscar Reguera, anterior Delegado de la Junta de Castilla y León, para dar un paso al frente en la señalización y cuidado del maravilloso espacio.

He comprobado con enorme satisfacción que los esfuerzos de Óscar no fueron baldíos. Hoy el Tejedelo está razonablemente bien señalizado y bastante cuidado. Un sendero limpio que rodea los tejos se recorre con bastante comodidad. Luego, ya en el santuario del tejo, te dejas llevar por el asombro de casi de un centenar de ejemplares que tienen más de cien años.

Mis asombrados amigos no comprenden cómo este espacio no tiene más publicidad. Aun así, en la subida y bajada nos encontramos con diez o doce grupos que visitaban la mancha de tejos y que, como nosotros, descubrían asombrados la maravilla.

Ya de vuelta, en la rotonda de El Puente, esperamos una eternidad a que pasaran la caravana de coches que entraban en el Lago. Muchos, muchísimos, con los signos inequívocos de pertenecer a nuestros hermanos los portugueses.

Y, por fin, a la Puebla, donde para aparcar había que subir casi a la estación del tren. El mercado medieval luce en la hermosa villa como una auténtica joya capaz de transportaron a otra época. Lástima que Puebla no avance nada en el camino del aparcamiento. El día que se haga algo más, será uno de los centros de turismo más visitados de Zamora, si no es que lo es ya. Sanabria se debate entre el futuro y el pasado.

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