Compartimos este comentario a la liturgia de este domingo víspera de la solemnidad de la Asunción de Santa María Virgen, bajo su maternal mirada, labrada en la bellísima imagen de la Virgen del Tránsito y llenos de alegría por la presencia entre nosotros de más de mil jóvenes católicos procedentes de tantos lugares del mundo, peregrinos para encontrarse, junto a la juventud católica española, con el Santo Padre Benedicto XVI el próximo fin de semana.

La Palabra de Dios, sea cual fuere el texto que se nos proponga en la liturgia, es siempre oportuna porque ilumina las situaciones, sostiene nuestra fe y genera en nosotros el deseo de estar más unidos a Jesús, que es lo que llamamos «comunión». Este domingo hemos tenido ocasión de presenciar una escena evangélica a primera vista desconcertante. Una mujer extranjera que grita y corre como loca detrás de Jesús pidiendo que la atienda, que cure a su hijita. Jesús parece indiferente, como pudiera ocurrirnos a nosotros cuando le pasa algo a alguien que, por la razón que fuere, que sea extranjero, de otra cultura o etnia, por su forma de vida, etc., no nos afecta, no nos preocupa, «nos deja fríos». Jesús como que la tratase con desprecio. Pero las apariencias engañan. La situación de necesidad de esa pobre mujer cananea, su confianza en poder de Jesús primero, y en su compasión después, conquistan la voluntad del Hijo de Dios. Ha oído hablar tanto de Jesús, de lo que enseña, de cómo trata a las personas, de cómo se compadece de los pobres y los enfermos, de cómo multiplica el pan y libera a los atrapados en las redes del Maligno, que seguro que a ella, que es una mujer, extranjera y además pagana, también la va a socorrer. Jesús ante este comportamiento se admira de la fe de esta corajosa madre. Dejará que de su divina voluntad salga la curación de su hija y de su corazón estas conmovedoras palabras: «Mujer, que grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».

Nosotros en estas jornadas de los jóvenes católicos de todo el mundo en las diócesis, previas a la gran fiesta de la fe en Madrid con el Papa, que acogerá a más de un millón de chavales, sacerdotes, religiosos y generosos voluntarios, nos abrimos un poco más al mundo, experimentamos más intensamente lo que significa la catolicidad de la Iglesia y, a la luz del evangelio, unos y otros, corremos hasta donde está Jesús gritándole que nos socorra, que tenga compasión de nosotros, que aumente en nuestros jóvenes la fe, que surjan vocaciones -la situación en Zamora es más que alarmante-, que estemos atentos a los necesitados, cada vez más por la crisis, que seamos acogedores de todos, por muy diferentes que sean, que evitemos las confrontaciones y seamos constructivos.