Claman al cielo, y cada vez más, el despilfarro y las deudas de las comunidades autónomas, el desdichado invento en su día de aquellos a los que algunos han dado en llamar padres de la patria y que construyeron y pusieron en marcha un monstruo con pies de barro que se balancea hacia todos los lados, aunque eso sí, sirve para que vivan del erario público miles de políticos que hay que ver cómo viven.

Más de 24.000 millones deben al Estado que concede un plazo de seis años para el pago aplazado de la deuda mientras los jerifaltes regionales exigen al menos diez. A ver qué hace el PP de Rajoy en su momento, cuando le llega la hora de torear a este toro, que está al caer con o sin nuevo adelanto electoral, que en este país todo es posible ya. Ojalá que por lo menos sirva la situación para llevar responsabilidad a quienes han vivido hasta ahora despilfarrando. Y a quienes se lo han consentido.

Hay un clima impuesto y necesario de austeridad en las comunidades, con disminución de altos cargos, de puestos de confianza, de coches oficiales, y así. Pero visto desde la calle, visto desde fuera, da la impresión de que este ahorro sirve para bastante poco. En Valladolid sigue siendo fácil ver comiendo cualquier día a los políticos de la Junta en los más caros restaurantes. Y desde luego, no lo pagan de su bolsillo. En Castilla-La Mancha, Cospedal ha rebajado mucho el número de altos cargos? pero a los que ha nombrado les ha subido el sueldo. Y todos o la mayoría continúan, en su obsesión por mantener el poder al precio que sea, dibujando proyectos faraónicos en los que son duchos las autonomías.

Se publicaba hace poco un mapa del despilfarro de las regiones, refiriéndose a las grandes obras, incluso inacabadas, en las que se han invertido millones de euros, sin que sirvan para nada, entre otros: un aeropuerto en Ciudad Real que no tiene vuelos, otro en Castellón que no tiene aviones, un AVE de Cuenca a Toledo en el que viajaban cada día nueve personas, lo que suponía un coste de dos mil euros por viajero, o esas ciudades o mini ciudades fantasmas que muestran sus esqueletos a medio construir o apenas habitadas desde que se produjo el pinchazo de la burbuja de la construcción y los bancos cerraron la antes pródiga espuerta de los créditos. Enormes cantidades de dinero público enterrados, un auténtico despilfarro, del que se ha hecho eco hasta hace poco el «New York Times».

Por estos lares, tampoco faltan los ejemplos de estos megaproyectos políticos, no ya dudosos sino absolutamente innecesarios que lastran el bolsillo de los contribuyentes. En Zamora, donde también pueden encontrarse urbanizaciones abandonadas, se está construyendo un nuevo edificio, en la zona histórica y monumental, para un tal Consejo Consultivo, una descarada mandanga para dotar de buenos sueldos a unos cuantos que se quedaron sin sus cargos de antes. Y la Junta sigue insistiendo en las Cúpulas del Duero, prototipo de proyecto faraónico, sin sentido alguno en la situación actual y que, por supuesto, exige una enorme inversión. Con decir que la Cúpula de Zamora se pretende que sea dedicada a la tecnología, o a la industria, o algo de ese tenor, queda expuesta la escasa seriedad de un asunto tan caro.