Veo en la Iglesia muchas ramas viejas, moribundas, que caen lentamente, a veces con estruendo. Pero también veo, sobre todo, la juventud de la Iglesia. Puedo encontrar a tantas personas jóvenes procedentes de todas las partes del mundo, puedo encontrar el entusiasmo de la fe que aquí se hace visible de nuevo. Ocupo un cargo que entraña muchas fatigas, pero también el encuentro con la Iglesia joven». Este es el final de una larga entrevista que en 1996 el periodista Peter Seewald hacía al entonces cardenal Joseph Ratzinger. Una cita interesante para traerla aquí y ahora ante la ya inminente Jornada Mundial de la Juventud.

No es fácil jugar a dos bandas. El lunes, festividad de la Asunción de la Virgen y Jornada por el mantenimiento de Templos y Casas parroquiales. Este domingo el paso por Zamora y la convivencia con ese millar de jóvenes de diez países camino de Madrid. Viento fresco de juventud, aliento de vida que nos saca del ensimismamiento y suscita energías. Una Jornada, la de los Templos, que se cuida de la construcción y del mantenimiento; la otra, la de Madrid, mira a la Iglesia, así, con mayúscula, mayúscula de universalidad, mayúscula de pueblos y de culturas? De la fábrica material a esa otra fábrica de piedras vivas que es la Iglesia, de la firmeza de la piedra a la fortaleza de la fe. Ese es el lema: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe». ¿Cómo tasar en euros, ponerle precio a un acontecimiento como éste? Este románico nuestro de siglos, envidia y admiración de cuantos nos visitan, se convierte por obra y gracia de la Jornada Mundial de la Juventud en casa de familia, hogar acogedor, albergue de cuantos peregrinan hacia Madrid.

Parafraseando al profeta Isaías podemos decir: «A los extranjeros que se han dado al Señor los traeré a mi Monte Santo» Que Zamora, en la diversidad de sus templos y domicilios sea para quienes nos visitan «monte santo», «casa de oración». Ese saludo de «gracias por venir» dirigido a Benedicto XVI se convierte en otro «gracias por venir» a todo ese contingente de jóvenes de Estados Unidos, Portugal, Austria, Inglaterra, Francia, Islas Fiyi, Italia, Polonia y Ecuador que han elegido nuestra ciudad y provincia como lugar de paso, albergue y fonda, última estación y puesta a punto para el encuentro de Madrid. Estos jóvenes del mundo quieren «comer y quedar satisfechos», alimentarse de algo más que pan, vienen a «escuchar y vivir». Benedicto XVI quiere decirles que Cristo es la verdad que buscan, que es hermoso pertenecer a una familia tan grande como el mundo. Cristo para ellos, ellos para nosotros, Benedicto XVI para todos: «amigos que dejan huella».