Noviembre de 1960: el Secretariado para la Unión de los Cristianos comenzó a preparar un borrador sobre «La relación de la Iglesia con el pueblo judío». Cinco años más tarde, tras un viaje prolongado, tortuoso, accidentado y muy poco conocido, el borrador se convirtió en el «Decreto sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas» del Vaticano II. Decreto pacificador. Modificó el sentir del pueblo cristiano hacia el pueblo judío. El decreto no agotó el tema. Para hacerse una idea de su magnitud, basta saber que san Pablo le dedica el 20% de su Carta a los Romanos. La liturgia, en cambio, sólo le dedica 16 versículos en 3 domingos sucesivos cada 3 años y 6 versículos más en otra ocasión. No hay proporción.

¿Qué ha pasado con el pueblo judío, que, siendo el depositario de la adopción, la elección, las alianzas, las promesas, de quien procede según la carne Jesucristo, a la hora de la verdad lo haya perdido todo? Adopción, elección, promesa, alianza son palabras que intentan expresar el modo de relacionarse Dios con el pueblo de Israel. Dios que se vincula a Israel mediante una promesa, una oferta graciosa, y de la que Israel, una vez aceptada, ya no puede desvincularse; queda atado, por así decirlo, a Dios. A lo largo de su historia Israel se mostró hosco. Dice el Señor: «Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contumaz». De la raíz santa de Abrahán brotó un pueblo frondoso y santo. De la misma semilla, miembro del mismo pueblo es Jesucristo. Rebelde y contumaz, el pueblo tropezó con Cristo, cayó y caído está. En cuanto a los gentiles dice el Señor: «fui hallado entre los que no me buscaban»; injertados en Cristo se benefician de los bienes de la promesa. La infidelidad del pueblo de Dios le sirvió a la providencia de Dios para manifestar su misericordia con los gentiles.

Lo que ahora pregunto es: ¿Existe una relación particular entre la religión cristiana y la religión judía? No me refiero ahora a los vínculos de sangre vividos con más o menos afectividad. Me refiero a algo más profundo que podría formular de la siguiente forma: ¿Entre el pueblo cristiano y el pueblo judío existe alguna especial interdependencia con todo lo que significa esta palabra? La respuesta es afirmativa. Misión del pueblo cristiano, en su gran mayoría gentil, es la de provocar los celos del pueblo judío; para ello debe hacerles ver que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de los padres, se muestra más cordial con ellos que con los hijos. Lejos de cumplir con esta misión ha sembrado distanciamientos y animadversión. El Decreto del Vaticano II ha contribuido a corregir este pecado. Por otra parte, la recuperada fidelidad del pueblo judío infundiría un desconocido vigor a la vida de la Iglesia.