En un país donde sus políticos conjugan tan poco el verbo dimitir siempre es noticia que alguien lo haga y el asunto pasa a ser tema de conversación y opinión entre quienes se preocupan de los asuntos públicos, que tampoco son tantos ni mucho menos. Es lo que ha ocurrido con la dimisión de Camps, el que hasta ahora había sido presidente de la Generalitat de Valencia y que tras su procesamiento por presunto cohecho en el «caso Gürtel» se ha visto en la obligación de dejar el cargo.

Bien está, aunque hubiese sido mejor y más creíble que lo hubiese hecho en el primer momento. Y mucho mejor que lo hubiese hecho sin verse forzado por las circunstancias y las presiones. Aunque, oficialmente, desde el PP no hubo comentario al respecto al conocerse que Camps habría de sentarse en el banquillo y puede que coincidiendo con las elecciones generales en caso de adelantarse, todo parece indicar que el tema había sembrado una seria alarma entre los de Rajoy. Que un presidente de comunidad, un peso pesado del partido, apareciese entre los acusados de un escándalo de corrupción era una mala forma de presentarse como la alternativa a un devastado PSOE. Y esta de ahora es una oportunidad que los populares no están dispuestos a no aprovechar ni por Camps ni por nadie.

De modo que se preparó una salida, tanto para el presidente valenciano como para sus colaboradores supuestamente implicados. Una salida envenenada y oscura que más que una salida era en realidad un laberinto sin posibilidad de escape a un final que no podía ser distinto al que ha sido. Reconocer la culpabilidad y librarse del juicio oral era esa posibilidad y parece ser que Camps la debatió con los suyos y aun tuvo la declaración redactada. Pero las intensas e incesantes presiones recibidas de la cúpula de su partido no auguraba nada bueno tampoco para después, pues difícil se hacía que de producirse tal confesión, y ya con antecedentes penales en todo caso, pudiese seguir en la presidencia valenciana. Aparte de que, reconocida en la declaración de culpabilidad sus mentiras anteriores sobre el asunto, su falta de credibilidad echaba el cierre por entero su carrera política.

Así las cosas, ha optado Camps por lo único que puede ser su tabla de salvación manteniendo al mismo tiempo su tan autoproclamada inocencia y dignidad: dimitir y esperar el juicio y los recursos consiguientes si es preciso. Puede que sea declarado culpable -fácil- pero también puede que sea absuelto -difícil- con lo cual volvería por la puerta grande a la política de la que ha salido por la puerta pequeña, pese a que en su despedida se haya calificado a sí mismo como un gran presidente, con la habitual modestia de la ramplona clase política española. Puesto entre la espada y la pared, es lo único que le quedaba y lo ha hecho entre las alabanzas y los llantos jeremíacos de sus compañeros de partido.

Hace un par de años cuando emergió el feo asunto Gürtel, que tanto hedor deja por Levante y por otras regiones, Rajoy dijo que ya se vería como el asunto quedaba en nada. Pues no ha sido así. Y lo de menos es que hayan sido tres trajes o veinticinco.