Pues habría que recalcar la importancia que tiene el pensamiento generado tanto en las fases previas de todo diseño de arquitectura, como los que se producen durante su gestación o los que se hacen patentes con las soluciones concretas en su fase final. En el caso del proceso del proyecto del Museo de Baltasar Lobo, las dos primeras fases han ocurrido detrás de unos muros espesos que solo dejaban trasmitir algún susurro suelto. Pero en el momento actual ya no podemos seguir con la misma táctica de mirar para otro lado y empezar a reconocer los fallos que llevaron al desenlace que todos hemos lamentado. Porque también hay logros que no podemos despreciar, que nos trasmiten experiencias valiosas que si nos queda alguna traza de esperanza, nos servirán en el futuro para poder aspirar a un objetivo que estaba por encima de lo que hasta ahora ha sido lo más corriente en nuestra ciudad.

La primera fase del proyecto arrancó lastrada por la falta de no haber contado con un Plan director previo, que hubiese explorado fuentes informativas tales como las referentes a las características de los suelos que resultarían afectados por el proyecto, y también los que fuera de sus límites, podrían dar una idea de conjunto de la importancia de los supuestos yacimientos arqueológicos en su subsuelo. El desconocimiento de estos datos impuso unas limitaciones al proyecto, que cuando se quisieron traspasar puso de relieve la inutilidad de todo lo proyectado.

Cualquiera nueva propuesta no puede partir de los límites que marca el perímetro actual del Castillo, que en realidad es una fortificación más del perímetro defensivo de la ciudad. Es potestativo del proyectista disponer de los medios de acceso que considere más convenientes para la conexión del Castillo con el Parque.

Y ya a partir de este momento, toda propuesta debería ser abordada de forma global y para ello que se cuente con que su entorno quede definido en cuanto a la calidad y cantidad de los restos arqueológicos existentes. Hay que clarificar la calidad de los restos arqueológicos yacentes y si se puede confirmar que toda la capa superficial de 1,50 metros de altura es la que corresponde a la voladura del caserío durante la Guerra de Independencia, por tanto restos relativamente modernos. Porque a partir de este dato se abre una posibilidad tentadora como es la de recuperar la topografía original, por lo menos sobre los planos del primer recinto medieval de la ciudad. Pues a partir de este suelo original se nos revelaría la ordenación de los espacios y edificaciones que conformaron el primer núcleo urbano de la ciudad. Nos daría la razón de ser de los accesos originales y circuitos de recorridos de un espacio que debería haber tenido un fuerte carácter urbano, de una acusada centralidad. La prueba de la importancia de este conocimiento de los subsuelos ya se hizo patente con la limitada intervención en las últimas obras, cuando se desmontaron las tierras de relleno del recinto del Castillo y las del espacio adyacente del foso, que han dado el resultado de que los elementos construidos dentro de la fortaleza hayan adquirido otra nueva dimensión monumental, y que la volumetría de la fortaleza semienterrada hasta ahora, se haya beneficiado de una mayor presencia dentro del escenario del Parque.

Este factor espacial que parte de la recuperación histórica del subsuelo actual es el que debe convertirse en el elemento clave para orientar todas las actuaciones, ya sean a corto o a largo plazo en todas y cada una de las intervenciones que deban desarrollarse en el conjunto de Castillo-Catedral.

La propuesta de Moneo, y así lo reconoció el mismo, tuvo que hacer compatible dos realidades tan diversas como es la de un organismo nuevo que aspira a trasmitir vida mediante su arquitectura, con un esqueleto fosilizado que impone su presencia omnímoda dentro del volumen de la fortaleza. Son dos aspectos que el arquitecto intentó compatibilizar asumiendo el papel de una arquitectura que debía desplegarse a partir de las ciclópeas estructuras medievales.

No se acaba de entender como no aceptó la solución que ya había experimentado en Mérida, en que los yacimientos arqueológicos quedaron en una planta distinta de la planta baja y principal del Museo. Aquí lo pudo hacer, procediendo a desdoblar la planta de acceso al Museo de la baja del Castillo. De hecho era empezar por reconocer dos entidades distintas coincidentes, pero con funciones propias e independientes, intersecándose mutuamente: la del Castillo desvelada por la actual configuración del proyecto del arquitecto Somoza y la nueva que atendería al programa y el significado del futuro Museo. Este planteamiento dual respetaría la organización dada por el proyecto citado. Y tendríamos un nuevo punto de partida: un espacio público subrayado por las ruinas que apoyan las marcas de los recorridos proyectados .Y por otra parte, un espacio de patio, limitado por un perímetro de muros con una definición arquitectónica reconocida. Tendríamos así a modo de un negativo en que el espacio público es trasmutado, antiguo edificado, y de unos espacios modernos edificados que se despliegan con una autonomía guiada principalmente por las exigencias de un programa y que debe entrar en diálogo con la arquitectura actual del patio.

Planteamiento que abre amplio horizonte a las facultades del arquitecto, y que lo libera de ciertos encorsetamientos difíciles de justificar. Un claro ejemplo de esta inversión de espacios libres y edificados está en la ampliación del Museo del Prado del propio Moneo, quien convierte el espacio entre el Museo y los Jerónimos en un espacio cerrado de encuentro público, en donde brilla la calidad de su arquitectura y que se ha posibilitado por el talento del arquitecto. Pero que ello le obligó a luchar por defenderlo. Pues este arranque debería añadirse para ir formando parte de un acervo de ideas, que deberán renovarse sin cesar, para que puedan algún día servir para la actualización y puesta a punto de este lugar tan emblemático de la ciudad: Castillo-Catedral.

(*) Miembro del Foro Ciudadano de Zamora