Tras las, como mínimo, sorprendentes afirmaciones de Jesús acerca del Pan de Vida no es extraña la reacción escandalizada ni la escapada de los judíos. Si muchos de nosotros nos pusiéramos a pensar en serio las palabras del evangelio de hoy tal vez tendríamos una reacción similar. Pero ya no nos impresionan, acaso por inconsciencia o por rutina, o quizá porque ya profundamente asumidas forman parte de nuestra espiritualidad, y por experiencia hemos podido decir como Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a ir si sólo tú tienes palabras de vida eterna?» ¡Ojalá! Pero no deja de sorprender que santos y teólogos de la talla de Tomás de Aquino ante el misterio que hoy celebramos hayan sentido la necesidad de manifestar su asombro y su gratitud con himnos y oraciones como los que desde hace siglos el pueblo cristiano ha cantado y rezado, y sigue haciéndolo tal vez sin darse cuenta de lo que dice.

Extraña comida el cuerpo y la sangre del Señor. Sí, extraña, pero saludable y necesaria comida, porque sin ella «no tendréis vida en vosotros», dice el mismo Jesús. Como los hebreos en el desierto pudieron sobrevivir en su andadura hacia la Tierra Prometida con el misterioso maná como alimento, nosotros necesitamos este Pan de Vida, del que aquel maná fue un claro aunque débil signo, para poder hacer con fortaleza la peregrinación que es esta vida.

Es asimismo el pan de la unidad. El cuerpo eucarístico es el mismo cuerpo nacido de María. Comer ese cuerpo es comulgar con el que nació en Belén y murió en Jerusalén. Es comulgar con su persona, con su vida, con su mensaje, con sus promesas. De otra forma puede convertirse en un rito vacío. Y es intentar vivir como tarea la unidad que en él se nos ofrece como don. «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos el mismo pan», escucharemos hoy también a san Pablo. Ya san Ignacio de Antioquía a comienzos del siglo II identifica el cuerpo físico de Jesús, el dado a luz por María, con el cuerpo sacramental presente misteriosamente en el pan y en el vino, y con su cuerpo que es la Iglesia, el cuerpo místico que se dirá más tarde.

Pero comer este pan es entrar también en comunión con todos los hombres, con los que el Hijo de Dios se solidarizó al encarnarse. De un modo especial con los necesitados, con los sufrientes, con los marginados. No es por casualidad por lo que hoy celebramos el «Día Nacional de Caridad».