El mercado de segunda mano es una estupenda forma de que los pobres accedamos a ciertas cosas que, de otra forma, nos quedarían lejos. Un gran coche, por ejemplo. Jamás hubiéramos soñado disfrutar de un potente Mercedes o un maravilloso BMW si no fuera por la segunda mano. Y resulta que hasta esa miel, ahora, se nos va a quitar de los labios.

En Zamora acabaremos por viajar en carretilla, porque a la luz de la terrible sentencia que acaban de dictar los tribunales de justicia, cualquiera se compra un coche de segunda mano.

Gracias a la sentencia sabemos que la fea práctica de trucar o cambiar el cuentakilómetros se ha asentado al menos en uno de los concesionarios. El daño que esto puede ocasionar es terrible para todos. Ocultar el nombre del pecador, en este caso, es convertir a los buenos profesionales del ramo en la diana a la que apunta nuestro dedo acusador.

¿Cuál fue el estafador? No se sabe. Lo cierto es que un hombre que compró un auto se percató de que le habían dado gato por liebre y, convertido en un Colombo sin gabardina raída, hizo las suficientes pesquisas para atrapar al roedor que le hizo un roto en la cartera.

El coche, en este caso, no era de altos vuelos. Su precio era poco y si, hasta en estos coches de baja gama el concesionario gastaba el tiempo en trucarlos, qué no harán con los de potentes cilindradas… El coche le costó al comprador poco más de tres mil euros y con ellos le endiñaron un rebaje de sesenta mil kilómetros. Vamos, que si se descuidan se lo venden como nuevo. Porque incluso le dijeron que habían arreglado el motor y resulta que también era mentira.

Lo triste es que el desaguisado se descubrió porque el coche «reventó» a los mil kilómetros desde su adquisición. Si hubiera aguantado un poquito, habría salido de la garantía que nos dan y el sufrido comprador se habría chupado el muerto entero y verdadero.

En tres mil euros le habían birlado mil. No estaba mal la jugada. El comprador manifestó que había pasado a formar parte del pelotón de indignados que circulan por la España del toro y la bailarina encima del aparador. Vamos, que se sintió cornudo y apaleado.

La magistrada de Primera Instancia e Instrucción del Juzgado número 3 le cargó las costas al concesionario. La Audiencia Provincial, ante la que ha recurrido el concesionario, ha confirmado la sentencia de la juez.

El titular del concesionario argumentó en su defensa que el «estafado» sabía que se había cambiado el cuadro del kilometraje. Parece harto improbable. Vamos, difícil de entender que vayas a comprar un coche de segunda mano y el concesionario te diga: este es maravilloso, tiene dos mil kilómetros porque acabamos de cambiarle el cuentakilómetros y tiene un golpe muy grande que hemos disimulado muy bien con una mano de pintura… Claro, que no coló.

Desde luego, intentaré descubrir de qué concesionario se trata para que a mí no me pille el toro, que de pillarme, mejor en Benavente donde a estas horas estaré disfrutando de las mejores fiestas del mundo.

delfin_rod@hotmail.com