El pasado jueves, sobre las siete de la tarde, nos dejaba, en esta ocasión sin apenas hacer ruido, Alberto Villacorta, el entrañable barandales, víctima de una terrible y penosa enfermedad.

En vísperas de la pasada Semana Santa, la Cofradía de Jesús del Vía Crucis contactaba con él para interesarse por su salud y, por qué no decirlo, en previsión de las procesiones. A los directivos de la Cofradía y a quien suscribe estas tristes líneas, nos unía un sincero afecto hacia Alberto. Cariño recíproco, pues Alberto, junto a su carácter particular, tenía un corazón enorme. Mientras la Cofradía mantuvo la «comida de hermandad», el día de la «Función de Octubre», Alberto siempre estaba invitado, pequeño detalle que siempre agradecía. Pues bien, intentamos convencerlo para que no asistiese al popular traslado del Nazareno de San Frontis, pero él no dudó un instante en ofrecernos sus ágiles muñecas, pese a su precario estado de salud. Era su ilusión, máxime tratándose del Nazareno. Así era el bueno de Alberto, servicial y terco. Como su decisión era firme, concertamos un taxi para que estuviese a su disposición. El hombre concluyó el trayecto exhausto en la S. I. Catedral.

Para el público en general, la enfermedad de Alberto se manifestó en toda su crudeza el sábado anterior al Domingo de Ramos, cuando su debilitado cuerpo se desplomó en el puente románico durante la procesión de Luz y Vida. Por ello, la Junta pro Semana Santa improvisó como pudo, a duras penas, tan significativo hueco dejado por Alberto en las procesiones, pues siempre se mantiene la esperanza de la recuperación.

Pasada la Semana Santa las noticias no eran buenas. Alberto, cabezón él, era reacio a ingresar en el hospital una vez superado el primer achuchón, pese a los consejos del bueno de don Paco, párroco de la Natividad, en el barrio de la Alberca. El sacerdote incluso había realizado las gestiones oportunas en una residencia. Posteriormente el cuadro clínico se complicaba y Alberto accedía a las reiteradas solicitudes de don Paco e ingresaba en el Hospital con un horizonte muy complicado.

Debo reconocer que algo intuía sobre su estado terminal: en los últimos días había llamado a su móvil en diversas ocasiones y saltaba el dichoso «buzón de voz». En fin, se nos fue de puntillas, prácticamente en solitario, para sonrojo de muchos de nosotros, tan solidarios para causas grandilocuentes y de memoria frágil para lo cercano. Justo es reconocer que la Junta pro Semana Santa inmediatamente se ofreció para organizar y cubrir los gastos derivados del sepelio. Así me lo comunicó la Sra. tesorera, mi amiga Verónica Pedrero. Noble iniciativa que honra al Sr. presidente, José Francisco González Poza, a las Cofradías y Hermandades. No cumplíamos con menos con nuestro barandales, dales, dales,?

Gracias Alberto, por tus treinta y tres años -cito de memoria- haciendo sonar las campanas abriendo las procesiones de nuestra querida Semana Santa zamorana.

Gracias Alberto, por renovar año tras año la ilusión de tantos niños zamoranos.

Gracias Alberto, por aguantar en ocasiones las incomprensiones de algunos.

Gracias Alberto, por tu dedicación a la Semana Santa hasta que Nuestro Señor te dio fuerzas.

Gracias Alberto, por tu corazón semanasantero.

Me queda el consuelo de saber que luchaste hasta el final. Tu gran corazón peleó casi cuatro inacabables días en la UVI con la ayuda del buen pastor, don Paco, siempre a tu lado, dándote fuerza y aliento. Hoy he hablado con él y me ha transmitido, pleno de cariño, tus últimos momentos.

Y si la Semana Santa de Zamora distingue anualmente a personas e Instituciones con el «Barandales de Honor», Alberto Villacorta nos distinguió con su buen hacer y gran corazón semanasantero. Ha fallecido el último barandales genuino de la Semana Santa de Zamora. El tiempo será testigo. Descansa en paz amigo.