Entonces no puedo evitar hacer comparaciones con lo que me rodea en ese momento, es más, busco la confrontación para reforzar los argumentos, ya sean a favor o en contra del modelo original. Pues a pesar de comparar entidades tan dispares como suelen ser las ciudades, ellas vienen a ser como las personas, que aun siendo tan distintas no dejamos de compartir caracteres y rasgos homogéneos, pero que ya son perceptibles incluso cuando ambos sujetos proceden de ámbitos culturales cercanos.

Con tal costumbre, en realidad lo que hago es sostener un juicio permanente sobre algunos aspectos del urbanismo de mi ciudad, y en especial los referentes a su evolución ,y otros de mayor detalle que generalmente pasan desapercibidos en la vida cotidiana, y que sin embargo adquieren relieve desde la distancia, ya que el recuerdo tiene el poder de asociar unidades que en principio no veíamos como cercanas. Detalle de importancia ya que recuerdos y asociaciones que les acompañan son la fuente de inspiración de numerosas composiciones artísticas.

Para satisfacer esta costumbre, digamos comparativa, hice un viaje a la Toscana hace pocos años, para tomar como objeto de observación y de disfrute una ciudad que yo ya conocía de paso, y que por aquel entonces me atrajo la atención por la animación de sus calles, que me habían recordado el paseo de las tardes por la calle Santa Clara. Se trata de una ciudad de un tamaño similar al de Zamora, con un pasado medieval notorio y bien conservado. Situada entre otras ciudades más conocidas como Pisa, Siena o Florencia, no puede competir con ellas en riqueza artística, pero, aun así, tiene indudable atractivo. Las murallas que la contornean marcan una diferencia nítida entre la ciudad y un paisaje que tiene el carácter de las periferias de antes, compuestas de pequeñas fincas con cultivos y viviendas unifamiliares. La ciudad sigue permaneciendo antigua, porque se podría decir que se la dio por terminada hace quinientos años; las reformas inevitables para mantener vivo su patrimonio inmobiliario no han alterado las líneas originales de su trazado y no tengo memoria de haber visto algún edifico de corte moderno. Su economía se basa en industrias de corte familiar, siguiendo las que eran tradicionales de fabricación de paños y encajes, y que se completan con un importante desarrollo de las actividades propias del turismo. No se ven muestras de promociones inmobiliarias importantes, porque como ya he indicado, la ciudad solo puede seguir trasformándose dentro del corsé medieval que le trasmitieron sus antepasados. Así que todas las funciones que son propias de una ciudad actual se desarrollan en edificios antiguos, que se han remodelado para adaptarse a las nuevas necesidades. La mayor parte del trazado de sus calles sigue las originales alineaciones medievales. Como excepción los trazados urbanísticos regulares posteriores, como el de una gran plaza mayor, son fruto de las reformas que hicieron los invasores franceses en el siglo XIX. Pensando lo que puede significar para sus ciudadanos las restricciones que sufren por no poder hacer lo que quisieran por gusto o capricho me acordé del término de «tozuda realidad» a la que se refería recientemente nuestro distinguido responsable municipal de urbanismo señor Fernández, por la que se justifican decisiones urbanísticas discutibles que no compartimos algunos ciudadanos. Pues si bien los ciudadanos de Lucca, tal es el nombre de la ciudad a que me refiero, tienen que ajustarse a las limitaciones en los proyectos de los edificios y despedirse de hacer bloques en la periferia, seguramente sienten con orgullo, o por lo menos con naturalidad, la realidad de vivir en una ciudad tan hermosa. Porque si no estuviesen de acuerdo con tales limitaciones habrían puesto en pie a sus representantes políticos para cambiar la normativa y se habría cambiado una tozuda realidad a otra no menos contundente. Con esto se demuestra lo artificial del término de tozuda realidad, que realmente solo califica una situación desde un punto de vista exterior y sospechosamente interesado.

Desde fuera podría parecer que el urbanismo de esa ciudad respondiera a una concepción de la política de tipo estalinista. Pues no. Es una ciudad con un peso determinante de la Iglesia y de otras asociaciones de perfil conservador. Lo cual da una idea de un urbanismo municipal gestionado por consenso entre todos los partidos políticos y en el que los conflictos propios de la política no perturban las decisiones de tipo urbanístico.

Que la ciudad merezca ser conservada forma parte de una opinión más o menos aceptada, pero lo que da a la «tozuda realidad» su consistencia es que exista el acuerdo previo y total de los ciudadanos por conservada, sin que su determinación pueda calificarse de tozudez.

Recordando un texto del autor italiano C. Cattaneo, titulado «La ciudad como principio», explica esta actitud de respeto que se observa por los valores de la ciudad en Italia. Dice Cattaneo que «la ciudad viene a ser el único principio por el cual puedan traducirse treinta siglos de la historia italiana en una exposición coherente y continua.

Sin este hilo ideal, la memoria se atropellaría en el laberinto de las conquistas, de las facciones, de la guerra civil... «Pues lo mismo es aplicable a nuestro país, con las mismas historias de guerras de taifas, pronunciamientos y asonadas. Pero aquí es diferente, ahuyentado el fantasma de otra posible guerra civil, los españoles a partir de la mitad del siglo pasado parece que se pusieron a sacarle las cuentas al pasado, y no dudaron por entrar a saco en las ciudades. Todavía no se ha hecho el estudio de la destrucción del patrimonio inmobiliario durante esos años en nuestra ciudad, que incluyeron conventos e iglesias barrocas y neoclásicas, las denominadas casonas que cité en algún artículo, un conjunto de palacetes como los de la Avenida, las denominadas losas de los años 20, equipamientos como un cuartel o un colegio, propiedades que pasaron todas por la máquina de picar para mayor gloria de la promoción inmobiliaria y con el resultado de las pérdidas de espacio o edificaciones singulares, relacionadas con elementos de equipamiento de la ciudad que recibimos.

El respeto que les merece su ciudad a los toscanos es una cualidad corriente en Europa. En España ya lo habíamos sentido muchos ciudadanos. Nos parecía que al profesar una fe inquebrantable en la propia ciudad, comprendería la virtud de desplegar algo así como unos anticuerpos que garantizasen la continuidad y permanencia de formas y actividades, que empezaban por entonces a verse amenazadas. Pero visto el panorama que aparece después de estos últimos cincuenta años, pocas esperanzas quedan para pensar en la recuperación de una ciudad, que se ha vuelto irreconocible para cualquiera que tenga la voluntad de salir de sus pasos habituales y de explorar los maltrechos caseríos abandonados o las nuevas propuestas edilicias que aparecen en medio de una recién despojada naturaleza.