Hoy nuestra atención se centra en las elecciones municipales y a las comunidades autónomas. Desde la primera hora de la Iglesia los Apóstoles han pedido a los cristianos tres cosas: la primera, que los cristianos seamos siempre ciudadanos ejemplares. Segundo, que recemos fervientemente a Dios para que los que ejercen el gobierno lo hagan conforme a la verdad, promoviendo el bien común. Tercero, el que siempre hay que obedecer a Dios. Pedimos en nuestras eucaristías pascuales de este domingo que Dios bendiga a todos nuestros representantes, del partido que fueren, para que su trabajo y su esfuerzo contribuyan a crear un futuro para todos.

La actualidad inmediata no debe hacer perder de vista que vivimos en un tiempo de salvación. Que el tiempo pasa muy rápidamente y que caminamos hacia un futuro que es el Reino de Dios. Lo que vivimos cotidianamente, en lo que debemos emplearnos a fondo, debe estar motivado por esa esperanza en un futuro pascual, en el que la plenitud de la Vida de Jesús será una realidad para todos los que, como dice la Escritura, tienen amor a su Venida. La liturgia de estas semanas que llamamos Tiempo Pascual corre el riesgo de evaporarse de nuestra conciencia porque hemos salido de una intensa, en tantos aspectos, Semana Santa, con sus procesiones y celebraciones y nos hemos podido sentir cansados. Este tiempo puede quedar reducido, una vez más, a lo estético, más flores y vestiduras blancas, o asfixiarnos por las muchas tareas pastorales de estos días: romerías, sanisidros, primeras-últimas comuniones, algunas confirmaciones, etc.

No obstante, este tiempo litúrgico tiene una vitalidad interior extraordinaria, la del Espíritu Santo, y a través, sobre todo, de la Palabra de Dios, de la Oración de los Horas y de la Eucaristía, descubrimos el actual e intenso «trabajo de Jesús», como aparece expresado en el evangelio de este domingo donde leemos: «Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, también estéis vosotros». La vida, la muerte y la resurrección son esa ida y vuelta de Jesús por nosotros y «a por nosotros». Ese trabajo de Jesús nos ha dado un futuro. No sólo un futuro «más allá», sino también el presente de una nueva conciencia (estamos siendo salvados), una nueva identidad (discípulos de Cristo), unos motivos para vivir (el amor de Dios), una nueva forma de relación humana (fraternidad), una vinculación estrechísima con Dios (hijos suyos) y todo por Jesús. Y para que lo sea, también para tantos que no lo saben o lo han olvidado rezamos con la liturgia de este día: «Oh Dios, que por el admirable intercambio de este Sacrificio (de Cristo) nos haces partícipes de tu divinidad, concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos».