La personas pasan, sus hechos, convertidos en costumbres e historias se quedan y prevalecen como seña de identidad de la tierra donde nacieron o la vida les llevó. Para muestra la más amada mujer de Portugal, Isabel de Aragón, que al desposarse con el rey don Dinis, se convertía en una de esas grandes señoras de La Raya, donde aprendió de alistanos y trasmontanos, allá por 1290, como devota de La Riberiña, a dar más que a recibir, a amar y ser amada, hasta ser elevada a los altares como Santa. Siglos pasarían hasta que el 13 de mayo de 1917 la Virgen María se le apareciera a los pastorcillos de Ajustrel, Francisco, Lucía y Jacinta. Sus milagros llegaron hasta un recóndito lugar, Villarino, donde otra pastora, Esperanza Alonso, se enamoró de sus divinidades, tanto como para gastarse parte de su capital en una imagen de la Virgen del Rosario como la que se apareció en Cova de Iría. Era un 13 de mayo de 1952 cuando la Gran Señora llego al pueblo y 32 después, en 1985, salía camino de «Las Mayadas», bajo cuya encina más vieja presidio la bendición de campos junto a un puñado de seguidores. ¡Y después?: veintiséis años seguidos, la acción de dos pequeños, pero a la vez bonitos y acogedores pueblos, han logrado despertar conciencias y cada años son más los foráneos que se unen a la procesión para hacer el largo trecho andando. Nació pequeña, sí, pero «La Festina» se hace mayor.