Tres actos de la donosa tragicomedia del acreditado terrorista Antonio Troitiño: fue excarcelado por decisión errónea de la Audiencia Nacional ; libre de toda vigilancia, huyó y probablemente se encuentre ya a buen recaudo; el mismo tribunal se apresuró a revocar la suelta y se ordenó la busca y captura del redomado asesino. Es comprensible que el personal escaldado y suspicaz se malicie: ahora échele usted un galgo, pensará; a ver si hay más suerte que en el caso de Juana Chaos, individuo de la misma calaña criminal, huido ya hace tiempo y por las trazas inalcanzable. Tampoco faltará quien dude de que exista propósito inquebrantable de capturar a los fugados, pues la política antiterrorista puede ir por atajos y recovecos ignorados del común. Llama la atención el paralelismo existente entre ambos casos: de Juana Chaos y Antonio Troitiño compiten en el número de asesinatos por los que han pagado muy bajo precio. Aunque aparente estar curado de espanto, el pueblo llano se escandaliza de la falta de proporción que a su juicio se da entre delitos y castigo; naturalmente le cuesta evitar sentirse profundamente alarmado por la suelta anticipada y la fuga consiguiente de los asesinos; y no se le debe culpar de que su corazón no entienda los complicados razonamientos de la justicia. Es innegable por evidente el triste paralelismo entre los dos casos, pues uno parece la repetición del otro; pero es fácil detectar algún matiz que conviene señalar: según propia declaración, Pérez Rubalcaba decidió personalmente la excarcelación del terrorista de Juana Chaos, por razones legales y motivos humanitarios; Troitiño ha salido de la cárcel antes de tiempo, beneficiándose de la equivocada interpretación de cierta doctrina constitucional por parte de unos magistrados que han variado de criterio cuando el pájaro había volado a paradero desconocido. En conclusión: distintas circunstancia y el mismo lamentable final.

Ciertamente no han sido unívocas ni sorprendentes las reacciones ante la noticia de la suelta del terrorista Troitiño: como en la feria, cada cual ha respondido según les va el caso: el pueblo llano, con pasmo y enfado; las Víctimas del Terrorismo .con amargura acrecentada por sentirse una vez más olvidadas y desvalidas; buena parte del mundo mediático, con editoriales reprobatorios; los etarras se frotan las manos porque Trotiño podría significar un refuerzo en un momento de extrema debilidad del mando terrorista; los nacionalistas contemplativos culpan al acoso mediático y político del cambio de criterio de los magistrados; y los políticos, atentos a su juego, como piruleros contumaces. Enseña un libro sabio que cada día trae su afán; mas la selecta clase política considera que todo tiempo es bueno y cualquier ocasión es propicia para la timba, en especial la época electoral que aconseja torear mirando a las urnas. El escandaloso caso de Antonio Troitiño ha sido aprovechado para enconar aún más la inacabable contienda entre socialistas y peperos. El rifirrafe abunda en contradicciones: los gubernamentales acusan a la oposición de convertir en argumento electoral la lucha antiterrorista que en realidad es una forma de hacer política. La aburrida reiteración de discursos topicistas e inanes revela falta de imaginación. A las incisivas e intencionadas preguntas de la oposición no contesta con informaciones fehacientes el rival con mando, que indefectiblemente se va por los cerros de la descalificación y echa la culpa al empedrado. La teatralera función ha perdido interés, si es que alguna vez lo tuvo: el respetable se sabe de memoria el papel de los actores y no siente la menor curiosidad por lo que puedan decir; algo parecido ocurre en las tertulias televisivas. Hasta el locuaz José Blanco ha perdido gracejo a fuerza de repetir fórmulas sobadas. Es cierto que no se le debe negar voluntad y entusiasmo en aprovechar como presunto látigo lacerante contra Rajoy, el tiempo que le deja libre su principal ocupación de ministro de Fomento.