Cuando un periodista tiene entre manos una información exclusiva sufre una agitación interior que no desaparece hasta que la suelta, como cuando tienes muchas, pero muchas ganas de ir al baño y cada vez que vas está ocupado. Imagino el alivio del periodista Kevin Sessums, que ha tardado catorce años en romper el «off de record» (que es cuando el entrevistado te cuenta algo para que lo sepas, no para que lo pongas en su boca ni mucho menos lo publiques) prometido a Elizabeth Taylor catorce años atrás sobre los abusos que sufrió de niño James Dean. Sessums no ha esperado para aliviarse ni a que se enfriara el cuerpo de la diosa de los ojos violeta. Se ve que los riñones no le aguantaban más y ha corrido al «The Daily Beast» a ver si se los forraban. Pero me temo que, a estas alturas, los sufrimientos de aquel muchacho guapo y de apariencia tímida que compartió con Liz reparto estelar en «Gigante» cotizan a la baja. A toda una generación se nos ha muerto el Olimpo entero de aquel dorado Hollywood y me temo que, tal y como van las cosas hoy en día, para hacer caja Sessums habría estado más acertado en contar cómo había conseguido nuestra inefable Pe perder hasta los últimos gramos ganados de más con el embarazo de su bebé secreto.

La muerte de Elizabeth Taylor superó en visitantes en todos los digitales a la última de nuestras guerras, la de Libia e incluso al desastre de Japón, en ese fenómeno de retroalimentación del que vivimos los medios de comunicación y ustedes, los lectores en este caso. Las noticias envejecen a una velocidad de vértigo, salvo un oportuno lifting de última hora. La pasada semana, cuando Gadafi ya creía aseguradas todas las portadas, la central de Fukushima eclipsó, por unos días, el arreón al sátrapa por parte de los aliados que pretenden socorrer al pueblo libio, y de paso, a nosotros mismos con el petróleo de sus pozos. A medida que el conflicto se enquiste (se enquistará, como Irak o Afganistán), Libia irá cediendo su liderazgo, como lo hicieron Bosnia, el Congo o Haití.

Los haitianos siguen sufriendo su miseria sin que les llegue la ayuda internacional en aquellos días en los que todos nos volcamos con los que parecían los más desgraciados. El Congo o Ghana siguen siendo escenario violento, como Colombia. En Ciudad Juárez desaparecen mujeres. Y en Irak y Afganistán siguen explotando bombas, aunque nadie se encargue de decirlo en alto. Hasta los millones de parados hacen mutis por el foro en un paréntesis hasta la próxima estadística. Sí, somos un mundo a corto plazo. Somos miopes de corazón, y lo que oímos en la radio, vemos en la televisión o leemos en la prensa es un pálido reflejo de esa noria vertiginosa en la que habitamos. Coincido con Iñaki Gabilondo cuando afirma que hay sobreinformación. La noria gira demasiado deprisa, pero nadie sabe cómo pararla, o no le interesa pararla ni para ir al baño.