Revitalizar el casco antiguo de Zamora es la proclama más repetida en los últimos años por los responsables municipales de esta y anteriores corporaciones del Ayuntamiento de la capital. El documento de avance del nuevo Plan de Protección del Casco Histórico refleja que esa aspiración aún no ha cobrado visos de realidad, ya que, sobre todo el corazón de la ciudad vieja, carece del impulso que la haga superar su condición de postal para convertirse en parte de un tejido urbano dinámico.

El nuevo Plan, cuyo avance acaba de entrar en fase de exposición pública, amplía el radio de influencia de las normas urbanísticas específicas para la zona hacia los barrios de la margen izquierda, los entornos de Cabañales y San Frontis, que habían quedado excluidos en el vigente documento, aprobado en el año 2000. Once años después, con novedades en la normativa estatal y regional y con un nuevo Plan General de Ordenación Urbana en el ámbito local, parece lógica su revisión, que se marca objetivos ambiciosos y de cuyo desarrollo dependerá el éxito de la gestión urbanística de una parte de la ciudad no exenta de complicaciones.

En primer lugar, este nuevo Plan abarca zonas muy diferentes entre sí, con necesidades y problemas muy distintos. No pueden ser las mismas las actuaciones en los ejes de Santa Clara y San Torcuato, que siguen concentrando la mayor densidad de población y la mayor actividad empresarial, en particular del comercio, que las que tengan que establecerse para el área comprendida entre la Plaza Mayor y la Catedral o las que se dirijan a los barrios que, como La Horta y sus aledaños, han ido renovando su activo inmobiliario, aunque persistan importantes lagunas con la existencia de solares sin construir o edificios en mal estado.

El conjunto histórico tiene una población de 16.000 habitantes. La mayor parte de ellos se concentra en las proximidades del centro de la ciudad que, como se sabe, no coincide con el centro histórico, como ocurre en otras urbes. A medida que nos alejamos hacia la Catedral, el retrato demográfico que se obtiene es el de una ciudad vacía y envejecida, con una pérdida de 800 habitantes en los últimos diez años. La apertura de reclamos como el Castillo o el Museo de Baltasar Lobo ha servido como atracción turística. La próxima mudanza del Consejo Consultivo hacia ese mismo entorno generará también actividad. Pero ni aquellas ni esta son iniciativas suficientes para revitalizar la zona.

A principios de los años 90, con el boom de la construcción se inició una corriente de rehabilitación de edificios en las cercanías de la Seo que parecía abrir un horizonte esperanzador en una parte de Zamora en la que abundaban las ruinas y en la que convivían personas de escasos recursos, en edificios que no reunían las condiciones de habitabilidad exigibles a una vivienda moderna, con gentes de alto nivel adquisitivo que ocupaban casas convertidas en pisos de lujo. Las rehabilitaciones realizadas abundaron en esta última modalidad, de forma que las más recientes construcciones llevadas a cabo en el lugar se escapaban, por mucho, de los salarios medios de los zamoranos. La Zamora antigua, en un paisaje urbano envidiable, totalmente remozado por la inyección de fondos europeos para su repavimentación, un exponente de la calidad de vida de la que se presume en la ciudad, se convertía en barrio residencial para una parte minoritaria de la población, con lo que se restaban posibilidades a ese objetivo de revitalizar la zona. Uno de los motivos de esos altos costes de edificación es la obligatoriedad de la prospección arqueológica, necesaria y fructífera en resultados pero que, al correr por cuenta de los propietarios, echa para atrás a unos promotores atenazados ya por la crisis. Aún no sabemos si el Plan del Casco, que ahora se encuentra en fase de recepción de alegaciones, aportará novedades en este aspecto, como promete hacerlo en alineaciones y volumetrías.

Como consecuencia de la falta de población, los servicios son también reducidos: sabido es el dicho de que Zamora es zona «comercialmente muerta» a partir de la Plaza Mayor. Allí radica la última farmacia que puede encontrarse camino de la Catedral, y los comercios escasean hasta desaparecer totalmente a medida que se avanza por el corazón de la ciudad vieja. Un solo colegio de Primaria, ningún instituto, el centro de salud más próximo en el alejado Parada del Molino, son otros de los obstáculos para repoblar la zona. Su aislamiento geográfico, al estar situada en el extremo oeste de la ciudad, alejada del centro de la misma, la condena también en accesibilidad. Compatibilizar la peatonalización con el uso de los residentes y visitantes es otro caballo de batalla que permanece sin resolver todavía.

En estos años, las restauraciones de monumentos no han ido parejas a una política de vivienda capaz de atraer habitantes a la parte más occidental del casco antiguo. La propuesta del nuevo Plan de recurrir a las áreas de rehabilitación integral (ARI) para conseguir ese objetivo, puede ser una vía que contribuya a ese frustrado anhelo de revitalización. Pero largo es el camino que tiene que andar todavía el nuevo documento y muchas las aclaraciones que tendrán que hacerse sobre las nuevas propuestas de peatonalización o la intervención en el entorno de los Bienes de Interés Cultural, por citar solo dos ejemplos de las muchas cuestiones espinosas que tendrán que abordarse en los próximos meses. Conjugar la conservación con la revitalización del casco histórico zamorano sigue siendo una asignatura en buena medida pendiente.