La Junta Electoral Central va a extender a las televisiones privadas el uso obligatorio del cronómetro que ya coarta a las públicas en campaña electoral. Les exigirá que tengan en cuenta los resultados de las anteriores elecciones para asignar la presencia de cada candidatura en los espacios informativos. Igualmente, las obliga a complementar los debates entre los dos principales aspirantes con otros protagonizados por las formaciones de segunda línea, y puestos a entrevistar, deben ofrecer a todas ellas su preciado tiempo de antena.

El principio de interés informativo, cuya determinación es deber del periodista y el privilegio de la audiencia, es sacrificado por unos profesionales de la política que se arrugan ante los poderosos y se esconden de los problemas de la gente, pero que son muy valientes a la hora de sustituir en su función a los directores de los medios, leyes mediante. Por el momento, la prensa queda al margen, quizás porque no necesita la concesión administrativa de un bien escaso y público como el espacio radioeléctrico, pero más vale poner las barbas a remojar.

Se equivocan todos, tanto los legisladores como los magistrados y catedráticos de la Junta Electoral, al fiar la neutralidad electoral al uso del cronómetro. Abordan el tema con una visión del túnel que excluye todo lo que no sea etiquetado como «política» y protagonizado por los candidatos. Pero el mensaje televisivo es mucho más amplio, y todo en él puede tener trascendencia electoral, porque influye en la conformación de los valores y convicciones de la opinión pública. Cuando el apartado no político del telediario da máximo relieve a noticias indignantes de crímenes impunes, ¿no está influyendo? ¿No lo hace cuando pone el acento en los éxitos de iniciativas sociales y solidarias? El tipo de acciones con las que se asocia a los inmigrantes, ¿no tienen efectos electorales? ¿No los tiene acabar el informativo con la convicción de que la economía va a peor o, por el contrario, de que hay esperanza?

Incluso la ficción o, si se quiere, especialmente la ficción, tiene su papel. Especialmente, porque nos coge desprevenidos al respecto. Pero piensen en una teleserie donde unos policías buenos, semana tras semana, salvan al mundo de unos árabes malos, y para ello disparan primero y preguntan después (y siempre se demuestra que tenían razón). Eso también es discurso político, aunque parezca solo entretenimiento. Y los genios de los partidos creen que todo depende de los segundos que aparece cada líder. Angelitos.