Poco a poco en estos últimos años se quieren poner de moda en nuestro país una serie de actitudes anestesiantes hacia el cristianismo; actitudes sin la menor capacidad de ofrecer a la persona otros caminos que le aporten sentido y valores. A veces se hace de manera implícita y otras descaradamente hasta el punto de que hacerse musulmán o budista ya es, para algunos, el colmo de un pretendido progresismo, claro está, dentro de lo que hoy es considerado como lo políticamente más correcto.

No tienen convicciones propias, por ejemplo, quienes sostienen que se puede vivir hoy como si el cristianismo no hubiera aportado nada a nuestra sociedad, como si no existiesen metas, líneas y tradiciones de gran valor. Los cristianos no vamos a quedarnos de brazos cruzados ante esos intentos de ser arrojados a la cuneta del camino. Seguiremos ofreciendo a nuestros contemporáneos un horizonte de sentido y acogida como lo ofrece la ciudad que, puesta en lo alto de un monte, orienta al que está perdido.

No son realistas, por otra parte, quienes creen que se puede retroceder en la historia y volver a las cavernas para iniciar una nueva etapa que nada tenga que ver con la moral y la religión cristiana. Pero si somos sinceros y de verdad queremos ser libres reconozcamos que ya no podemos vivir de espaldas al Dios-con-nosotros. Lo hemos conocido y no es posible levantar altares a otros dioses que iluminen más y mejor que este nacido de lo alto.

Tampoco le veo mucha razón de ser a una tercera actitud que se empeña en considerar al cristianismo como contrario a la democracia, al pluralismo o al avance científico-técnico, cuando un mínimo conocimiento de la historia revela precisamente todo lo contrario; incluso ha sido, es y seguirá siendo fermento de valores más importantes como la verdad y la libertad que, complementándose, cimientan a la persona y la hacen avanzar con dignidad.

Pero todavía pulula con más fuerza y diplomacia aquel comportamiento que reconoce como innegable la aportación sociocultural que el cristianismo ha hecho en toda esta fase histórica exigiendo el momento de transmutar los valores religiosos en valores laicos. Esta especie de cristianismo sociológico o cultural propone dar el paso suicida de la fe en Dios a la fe en el hombre.

Espero que también aquí, como parece que ya empieza a suceder en otros países, la actual crisis económica y de valores traiga como fruto maduro una generalizada reacción de sanidad psicológica e intelectual que nos saque de la anestesia de esta cultura de la chirigota permanente. Son sólo cuatro días de Carnaval a no ser que a algunos les pase, como decía, G. K. Chesterton, que los disfraces no los disfrazan, sino que los revelan.