Hace algunos días tuve oportunidad de ver un reportaje sobre animales de la sabana. Al estilo del recordado Félix Rodríguez de la Fuente, los animales aparecían como dotados de personalidad propia. Entre ellos un cachorrito de guepardo. Lo que me impresionó fue su confianza, si podemos hablar en estos términos; apostado detrás de su madre erguía su cabecita mientras se acercaba amenazadoramente un león.

La Palabra de Dios en este domingo precisamente nos propone el tema de la confianza. Quizás una lectura precipitada y moralista del texto evangélico nos llevaría a fijarnos en una primera afirmación: «No podéis servir a Dios y al dinero». Pero la intención de Jesús va mucho más allá. Es, incluso, más exigente. Reclama confianza. Y lo hace a través de dos bellos ejemplos: los pájaros, que ni siembran ni siegan y que Dios alimenta; y los lirios: ni Salomón estaba vestido como uno de ellos. La fuerza del mensaje de Jesús reside en estas palabras: «no andéis agobiados pensando qué vais a comer… o con qué os vais a vestir». «No valéis vosotros más que ellos» para Dios.

Enseguida juzgamos estas palabras, en el mejor de los casos, como poco realistas. Pero Jesús no nos está diciendo que nos desentendamos de este mundo o nos volvamos indolentes e irresponsables. No nos está pidiendo que no estemos ocupados, sino que no estemos preocupados. La confianza en Dios es la esencia misma de la fe y lo que lleva a tener esperanza. Incluso aunque en algún momento nos preguntemos desgarradoramente: ¿De qué le sirve a las víctimas del hambre o a los que viven en la miseria? En esto, y en todo, la confianza en Dios se hace más necesaria y urgente. De otro modo, por muy cristianos o católicos que parezcamos seremos como paganos a los que vuelve a decir Jesús: «Gente de poca fe… los paganos se afanan por esas cosas».

Lo que vuelve estéril la religión es la falta de confianza en Dios. Sin esta confianza nuestra oración se vuelve palabrería. Sin esta confianza podemos tirarnos toda la vida sin saber lo que significa la paternidad de Dios. La primera lectura, tomada del libro de Isaías nos ofrece uno de esos rasgos inimaginables e incomparables de la paternidad de Dios: «¿Es que una madre puede olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide yo no te olvidaré».

Sólo cuando corremos algún riesgo se nos presenta la oportunidad de vivir con intensidad la confianza en Dios. Y si me permitís un consejo recuperemos la antiquísima costumbre, heredada del judaísmo de rezar en la mañana, al mediodía y al atardecer, no ya el «Shemá», sino el Padrenuestro. Seguro crecerá nuestra confianza en Dios.