Los cambios económicos y sociales han transformado tanto la sociedad que se ha presupuesto que a mayor desarrollo, mayor individualismo, más autonomía del ser, estableciendo que los valores, las creencias, las actitudes y comportamientos tienden a fundarse en la elección personal; damos prioridad al autodesarrollo y felicidad del hombre convirtiéndose en la vara de medir, dirimiendo los conceptos de lo bueno y lo malo cada uno a su medida, eliminando a Dios de nuestra vida y de la sociedad, eliminando igualmente los preceptos bíblicos que nos podrían ayudar mucho en la educación de nuestros hijos siendo una garantía de éxito para el futuro. El hombre de hoy contempla en su conciencia un gran vacío de valores, no siendo posible separar la crisis de valores de la crisis social.

Es preocupante la superficialidad y la desmoralización de nuestra sociedad porque se ha perdido el sentido de la vida interior del hombre, que le lleva a vivir de cara al exterior. Hay que buscar valores que den sentido a nuestra vida e intentar inculcarlos a la juventud. El mundo juvenil no lo podemos aislar de nuestro mundo contemporáneo; no se les puede entender si no es en el seno de la sociedad en que viven. El valor auténtico está en el bien, en la dignidad propia de todo ser humano, y el mejor camino para lograrlo está en cultivar los valores en el seno de una institución fundamental que es la familia. En ella nuestros jóvenes crecen, se forman y se educan.

Pero en esta era de las nuevas tecnologías, ¿qué lugar ocupan los jóvenes? ¿Qué oportunidad tienen de construir las relaciones personales, afectivas, de amistad, laborales etc., para que sepan con sus vivencias el valor de lo que cuesta hacer las cosas? ¿No estamos haciendo de los jóvenes meros consumidores dándoles todo lo que piden sin ayudarles a conseguir lo que quieren con su esfuerzo y trabajo? ¿No es más gratificante valorar los logros personales por el esfuerzo realizado que dándoselo todo hecho? Si facilitamos que sigan siendo meros consumidores, ¿no estaremos generando una juventud, apática y rebelde? Cuando nos quejamos de lo nocturnos que son nuestros jóvenes, ¿no será que se encuentran libres y con plena autonomía en la noche? ¿No será que intentan evadirse de las frustraciones del día a día, dónde parece que todo vale?, ¿no nos estarán diciendo a gritos , oye que aquí estoy, quiero reglas y normas como en el mundo de los adultos, que me reporten felicidad, compromiso, ser útil a la sociedad. Si entendemos que es así, ¿no querrá esto decir que tenemos una juventud bien preparada pero tenemos que poner nosotros las reglas para que maduren? Los mayores debemos transmitirles los valores espirituales que les sirven para su convivencia social y democrática como la familia, el derecho a la vida, la libertad, el trabajo, la amistad, la sinceridad, la verdad, la bondad, la realización del bien, la tolerancia, la solidaridad, la paz, la justicia y otros muchos con los que lograríamos un mundo mejor para todos.