Petrificado me quedé ayer sábado mientras leía la noticia en este periódico sobre las agresiones de hijos a padres. En 2010, en el Juzgado de Menores de Zamora se presentaron aproximadamente 75 denuncias de padres contra sus hijos por maltrato, una denuncia cada cinco días. Son cifras que ponen los pelos de punta. Me pongo en la piel de un padre maltratado y quiero pensar que para denunciar a un hijo que ofende, humilla, insulta o golpea tienen que darse circunstancias excepcionales. Porque, hasta donde llegan mis escasos conocimientos sobre este asunto, no se denuncia a un hijo sin ton ni son. Para que se produzca una denuncia de estas características, el vaso de la paciencia en la casa u hogar tiene que haberse colmado hace mucho tiempo.

¿Qué estamos haciendo mal para llegar a esta situación? Fíjense que la pregunta la dirijo al conjunto de la sociedad, a usted y a mí, a la publicidad y a los medios de comunicación, a los políticos y a la escuela, y que no me centro solo en lo que pasa o deja de pasar en el ámbito doméstico o familiar, que es donde mayoritariamente se produce el maltrato de hijos a padres. Para responder a la pregunta del millón, conviene distinguir, en primer lugar, entre agresividad y violencia. Son dos términos que suelen emplearse como sinónimos y que, sin embargo, no lo son. José Sanmartín, experto en el estudio sobre la violencia, considera que la agresividad es una conducta innata que se despliega automáticamente ante determinados estímulos y que, asimismo, cesa ante la presencia de inhibidores muy específicos. Es biología pura. La violencia es agresividad, sí, pero agresividad alterada, principalmente, por la acción de factores socioculturales que le quitan el carácter automático y la vuelven una conducta intencional y dañina. La distinción es fundamental y conviene tenerla muy en cuenta a la hora de entender la violencia y, en este caso, el maltrato de hijos a padres.

Por otra parte, a mí me gustaría conocer algo más sobre el perfil y las características de las 75 denuncias que se han presentado en el Juzgado de Menores. Por ejemplo, si la violencia ha sido activa o pasiva, es decir, si la violencia ha sido por acción, pero también por inacción u omisión. Porque uno puede golpear a alguien porque quiere, y eso es violencia, pero también puede dejar intencionalmente de hacer algo que es necesario para preservar la integridad psíquica o física de una persona. Pero también deberíamos conocer si la violencia de hijos a padres ha sido física, emocional, sexual o económica. En todo caso, me interesa destacar que este tipo de violencia, al igual que la que se perpetra contra otras personas (mujeres, niños o mayores), se produce sobre todo en la casa o el hogar. Y hay que decir que, según grandes expertos, es éste el segundo contexto en el que hay más violencia. Solo se encuentra por detrás del ejército en tiempos de guerra. No obstante, lo más importante es conocer los factores de riesgo (individuales, familiares, sociales o culturales) que explican la violencia y el maltrato de hijos a padres, un tipo de violencia que pone los pelos de punta.