Hace apenas unos días, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa señalaba cómo la magia de saber leer, de poder «traducir las palabras de los libros en imágenes», había enriquecido su vida. Su discurso en Estocolmo coincidió, con pocos días de diferencia, con la publicación en nuestro país de los resultados del conocido como informe PISA. Este estudio de la OCDE analiza anualmente el rendimiento educativo de los alumnos en un total de sesenta y cinco países. En él se analizan las competencias básicas en lectura, matemáticas y ciencia de jóvenes de quince años y se presentan los resultados por medio de escalas con una puntuación media de 500 estando dos terceras partes de los alumnos de los países de la OCDE entre los 400 y los 600 puntos.

En España ya sabemos lo que hace el tonto cuando el sabio señala el cielo; por eso, el debate se ha centrado en ver los resultados por comunidades autónomas, para mayor gloria o escarnio del gobierno de cada región. Pero hay algunos aspectos en el Informe que merecen una reflexión más detallada de la que, me da la sensación, se ha llevado a cabo hasta el momento. Uno de estos aspectos está relacionado con el nivel de cualificación de los padres: en términos generales, el estudio muestra que, a padres más cualificados, hijos con mejor puntuación media en el estudio. Es evidente, de acuerdo a los resultados del estudio, que un ambiente culto en el hogar, y de valoración de la cultura influye en el rendimiento escolar de los hijos.

Otros aspectos interesantes del estudio, siguiendo con la comprensión lectora, están relacionadas con el sexo de los estudiantes: tanto en nuestro país como en todos los analizados, la puntuación de las chicas es significativamente superior (casi treinta puntos) a la de los chicos. También es interesante comprobar que en todas las comunidades autónomas para las que el estudio ofrece datos consistentes, los resultados son mejores para los jóvenes que estudian en centros privados que los que estudian en centros públicos; en algunos casos incluso por una diferencia importante de puntos, como es el caso de Canarias o Andalucía. Por cierto que, hablando de comunidades autónomas, el estudio es un reguero de buenas noticias para Castilla y León, una región tan dada al lloro, al victimismo y a la queja. En comprensión lectora es la primera comunidad española, empatada con Madrid; en competencia matemática es la primera, con unos datos similares a los de los Estados Unidos o Australia y en competencia científica es también la primera de las regiones españolas, con resultados ligeramente superiores, por ejemplo, a los del Reino Unido. Y todo esto en un estudio en el que han participado regiones como el País Vasco, Cataluña o Navarra. No viene mal, en ocasiones, darse de bruces con la realidad para asumir que este paisaje fatalista del que tanto disfruta el ciudadano avecindado en estas tierras tiene mucho de mito y de pura construcción cultural.

Pero hay otro aspecto que es el que más me interesa destacar aquí; la relación que hay entre el número de libros que hay en casa de los estudiantes evaluados y su rendimiento. Pues bien, los datos a este respecto son espectaculares: en nuestro país, mientras que los adolescentes que viven en casas en las que hay menos de diez libros obtienen un resultado medio de 402 puntos, aquellos que viven en hogares en los que el número de libros es superior a la centena alcanzan ya los 505 puntos. Y los que viven en hogares con más de quinientos libros superan incluso esta cantidad de puntos, situándose de manera holgada por encima de la media del informe. Alce la mirada por lo tanto, desocupado lector, y eche un vistazo al número de libros que hay en su salón. Si tiene niños pequeños, le va a dar un pista de qué puntuación obtendrá su hijo en el futuro en este tipo de estudios.

En el discurso que citábamos al principio del artículo, el Nobel Mario Vargas Llosa señalaba, además, que haber aprendido a leer a los cinco años era «la cosa más importante que me ha pasado en la vida». No sabe hasta qué punto el informe PISA le da la razón. Toda la razón. Por eso, estas Navidades, tengo claro lo que le van a dejar los Reyes Magos a mi sobrina Alicia y a mi ahijado Andoni la mágica noche del cinco de enero…

(*) Politólogo y miembro de la Junta de Gobierno del Ilustre Colegio Nacional de Doctores y Licenciados de Ciencias Políticas y Sociología