Justo antes de celebrar la fiesta de la Natividad del Señor, el evangelio de este último domingo de Adviento nos invita a sentir claramente que lo que está en juego es la llegada de alguien que debe ser acogido. Todo lo demás está al servicio de esta acogida.

Al final del evangelio el que llega será proclamado como el salvador de los hombres, como Dios-con-nosotros, pero antes de llegar a esas afirmaciones se ha de atravesar un pequeño desierto. Un desierto que, como siempre, cuando es cruzado de la mano de Dios nos hace encontrarnos con su amor.

Pues bien, José es pillado a contrapié. Acoger a Jesús significa afrontar una situación no sólo no esperada, sino cargar con una situación difícil, y él no acepta. Su primera reacción es parecida a la de los que no tenían sitio en la posada porque no querían estrecharse. ¿No decimos que donde comen tres comen cuatro?, pero no si los tres quieren seguir como estaban. Y esto le pasa a José con María y Jesús.

La llegada de Jesús, esto aparecerá claro a lo largo de su ministerio, abre un mundo nuevo que no es fácil de acoger. Obliga al hombre a decidir si quiere vivir solo de sus criterios, no solo los malos, sino los del sentido común de la propia vida, o si se entrega del todo a vivir de los criterios de Dios, del mundo que abre en Jesús.

Vivimos tiempos en que se está produciendo un lento y silencioso abandono de la Iglesia, la asistencia a misa empieza a dejar huecos significativos en nuestras celebraciones. Me pregunto si el problema fundamental no será el mismo que tuvo que afrontar José. ¿Hay algo más que pecado en María? ¿Su seno lleva, en ese niño de venir extraño, al salvador del mundo? No es una situación de los que ya no están, es la tentación que hoy sentimos los que estamos. ¿Hay más que pecado y miseria en la Iglesia? porque lo primero todos lo conocemos, ¿entre sus envolturas se puede uno encontrar con el Salvador?

Creo que más que la vergüenza por el pecado de la Iglesia en estos momentos pesa el miedo ante el evangelio, ante su llamada. Y en medio de este miedo, Jesús callado en el vientre de María, de la Iglesia, nos vuelve a invitar a ponerlo todo en sus manos. José finalmente lo hizo y vaya si su paternidad incompleta fue fecunda. La Navidad nos invita a confiar en que lo que parece pérdida cuando se acoge a Jesús se transformará en riqueza y alegría para nosotros y para el mundo. Nosotros decidimos si abandonar a María o sostenerla, si abandonar la Iglesia o acoger en ella al Salvador.