En la capilla del tanatorio de la madrileña M-3D (inaugurada como avenida de la Paz), numerosos amigos y compañeros de José Fradejas nos reunimos ayer convocados por la triste noticia de su muerte. Se le dijo en la capilla una misa «corpore insepulto»; el celebrante invitó a los asistentes a presentar sus particulares oraciones fúnebres: unos dieron testimonio del magisterio ejemplar del profesor Fradejas; otros ponderaron su indeclinable espíritu de trabajo; otros, su dedicación exigente a la investigación; alguno se refirió a la fecundidad de su tarea; todos coincidieron en lamentar la pérdida del amigo. Quiera Dios aceptar tantos testimonios de una vida honesta y concederle a José Fladejas el merecido descanso del duro y paciente bregar. La buena fama en la Tierra algún valor tendrá en el Cielo.

La verdad es que por ahora no esperaba traer aquí una nota necrológica, sino la reseña obligada de una nueva publicación de José Fradejas Lebrero, que haría el número N. Su recia naturaleza le había permitido superar graves crisis, y nos habíamos hecho a la idea de que tampoco en esta ocasión se dejaría vencer, aunque se había quedado prácticamente ciego y soportaba con estoico talante tercos alifafes. Cuando un amigo se va, quedamos privados de referentes señeros en nuestra propia biografía. A Fradejas me unía una fraternal amistad mantenida sin un solo fallo desde 1947. Los dos, acaso sin darnos cuenta crecimos con una hornada de zamoranos jóvenes dispuestos a sacar a Zamora de la galbana secular y redimirla de políticas estrechas y cortas; creo recordar a los más entusiastas; Paco Sevilla, Emilio García Montón, Félix Morales, Mario Vecilla, Agustín García Calvo, Saturnino Delgado, Waldo Santos... Más de una vez me recordó Fradejas nuestro fracasado empeño en defender la muralla frontera a la emisora de Jacinto González, o en evitar el atentado artístico de colocar la Cruz dentro del Arco conmemorativo de la Guerra de la Independencia, o en devolver a la Semana Santa su espíritu de recia y austera espiritualidad... No debemos dolernos de los fracasos, me consolaba Fradejas echando mano de la moral cervantina; lo importante es el empeño.

Aquella hornada juvenil se desperdigó por diferentes lugares de España, sin renunciar en ningún caso a la esencial zamoranidad. José Fradejas progresó al cadencioso y viril son del bolero de Algodre, su pueblo. Fue alumno distinguido de Joaquín de Entrambasaguas y admirador y amigo del profesor y poeta Balbín de Lucas, zamorano de pro; se doctoró con Premio Extraordinario en Filología Románica y fue catedrático de Literatura primero en los institutos de Talavera y Ceuta; luego, en Madrid catedrático universitario de Lengua Española y profesor de Historia de Madrid en la Universidad San Pablo (CEU). Se consagró como buen especialista en Estudios Locales y perteneció a los Institutos del ramo Ceutiés, Zamoranos y Madrileños del que fue presidente. Publicó cerca de treinta libros, de los que cabe citar los siguientes títulos reseñados en el Directorio del IEM: Geografía Literaria de Madrid (primera monografía sobre el tema), Biografía de la Virgen de la Almudena , El Poema del Cid, El Cerco de Zamora, El Sendebar, La novela corta del siglo XVI, y Alonso de Toro (un poeta toresano del siglo XVI). Además publicó ensayos sobre Calderón de la Barca, Pérez Galdós y Narciso Serra, amén de centenares de artículos en diarios y revistas, preferentemente en «La Opinión-El Correo de Zamora». También se cuentan por centenares sus conferencias. «Vita brevis, ars longa», se dolía el clásico apremiado por el tiempo; por su extensa obra, la vida de José Fradejas Lebrero parece mucho más larga que su edad. Sin embargo, le faltó tiempo para realizar su ilusión de dejarnos una geografía literaria de la provincia de Zamora, en parte anticipada en alguna de sus sus colaboraciones en este periódico. Dios le dé la paz y a su esposa, hijos y amigos, resignación y consuelo.